EL AYER DE LA PRINCESA

                                                               
       CAPITULO I     
       PININOS                                          
                              A.- EL NACER DE LA PRINCESA

         Valle de la Pascua, capital del Municipio Leonardo Infante,  por su ubicación geográfica es el  corazón de Venezuela. Un buen día la bauticé como  “LA PRINCESA DEL GUARICO”  porque así la percibo hoy y así la siento en el más recóndito y hermoso de mis recuerdos infantiles, cuando por sus calles, sin aceras ni asfalto, todas llenas  de pocitos  y de boñiga mojada  en invierno; mientras que soleadas y polvorientas en verano, íbamos en caravana,  a veces corriendo,  hasta el viejo y siempre recordado Grupo Escolar                    Rafael González Udis. Allí recibíamos las lecciones del día, así como los infaltables regaños surgidos desde cualquier rincón de sus largos e imponentes pasillos, escenario  de tremenduras que,  en muchas ocasiones, al ser descubiertas  por  los  maestros,  éstas  iban  mucho  más  allá  del  ¡mira muchacho!  y  llegaban, sin consulta previa,  al  “pela dientes”,  hecho celebrado  con estridentes risas y mofas por los compañeros y el “ustedes me la pagan” del castigado.
           
            Con un ritmo de vida grato y con alegría contagiante que se percibía, sin grandes esfuerzos, en la brisa que nos traía la imperceptible melodía de una canción que alguien tarareaba quien sabe donde, así pasábamos los días en mi pueblo. Era un vivir feliz, donde casi nunca sucedía nada y los días transcurrían como pasan las hojas de un calendario al que no se quiere revisar. Aquellas vivencias perduran y ni siquiera el tiempo, que todo lo puede, ha logrado borrarlas de mi alma, sino que por el contrario, ha acrecentado el amor por el lar nativo y ha hecho que florezca en mí el deseo de conocer más de él y, a través de esta escritura, perpetuarlo para la historia humana.
         
            Desandando los caminos de su historia nos remontamos a la expedición de Sebastián Díaz de Alfaro, en la penúltima década del siglo XVI (1584-85), cuando se inicia el proceso de expansión y colonización del Alto Llano de Caracas, nombre dado a los llanos centrales por pertenecer a la Provincia de Venezuela cuya capital era Caracas. Este hecho significó la génesis de mi pueblo, dado que los vecinos de San Sebastián, de Orituco y de la misma Caracas fueron estableciendo fundaciones o sitios de hatos a la vera de los caminos, al margen de los ríos o en torno a las aguadas, lo que posteriormente  originó  muchos de nuestros pueblos llaneros.
           
            Así nació Valle de la Pascua: silente, sin los ecos de los clarinetes, sin la presencia rimbombante de los representantes del Rey. Nació  más por el sentido gregario del hombre que por otro rasgo. Nació allí mismo, a la orilla del camino que conducía de San Sebastián de los Reyes hacia la Nueva Barcelona y Cumaná.

            La primera noticia que se tiene acerca de su origen está en la autorización que, en 1726, el Capitán Francisco Carlos de Herrera, Alcalde Ordinario encargado del gobierno de Caracas y terrateniente de gran fortuna,  concede a José Zamora para que pueble la Aguada de Valle de la Pascua, colindante con el hato Santa Juana de la Cruz que era de su propiedad. Pero, en realidad los primeros signos del nacimiento del pueblo fueron los hatos fundados por Francisco Zamora Granados y su cuñado Gabriel Sánchez Sajonero  quienes, provenientes de Orituco, llegaron en 1725 con sus familias, enseres y ganados y se establecieron en el propio sitio de Valle de la Pascua, al norte del camino  real. Diez años después, en 1735, obtienen su data o título de propiedad concedida por el Cabildo de San Sebastián, abarcando 3.960 varas de este a oeste y 3.038 varas de norte a sur dentro de los siguientes linderos: Por el norte, el monte de Tucupido; por el sur, el camino real hacia la Nueva Barcelona; por el este, la quebrada de Valle de la Pascua; y por el oeste, la quebrada de El Corozo.

            Sin embargo, otros documentos encontrados por Monseñor Rafael Chacín Soto en los archivos eclesiásticos de la Diócesis de Calabozo nos llevan a deducir que antes de la llegada de Zamora y Sánchez Sajonero ya el sitio de Valle de la Pascua estaba poblado. Tales documentos son: Las partidas de matrimonio de los mestizos vallepascuenses: Bartolo Vargas, con fecha 17 de noviembre de 1729 y la de Juan Vargas, con fecha 9 de noviembre de 1730. Considerando que para esa época la mayoridad  de edad era  25 años, tenemos que concluir que desde los primeros años del siglo XVIII, o quizás antes,  ya había familias asentadas en el sitio.
           
            Andando los días, al sur del camino real, en el sitio La Vigía se estableció el canario Pedro José del Hoyo y Arzola por compra de un lote de tierra que hiciera al Dr. Don Carlos de Herrera, uno de los herederos del latifundista Francisco Carlos de Herrera. Dentro de la propiedad de Del Hoyo y Arzola se estableció, igualmente, un yerno suyo: el  canario Juan González Padrón, el mismo que con el correr de los años llegó a ser el mayor terrateniente del lugar, con gran influencia y un poder casi omnímodo en las decisiones del villorio.
        
            Posteriormente, otros colonos y pobladores fueron llegando y estableciéndose a ambos lados del camino real, en el sitio de Valle de la Pascua o en la posesión Santa Juana, bien por derecho adquirido a título de parentesco, ya por licencia de los primeros pobladores o  por un simple acto de  compra - venta.

Así se establecen los Requena, Álvarez, Arévalo, Quiroz, Gutiérrez, Pérez, Rengifo, Trejo,  Ledezma  y  otras familias  más que,  con el  tiempo, integraron tierras y gentes, originando una nueva unidad geopolítica.
    
            Al tiempo que el latifundio de Santa Juana se fue estrechando por sucesivas ventas y particiones iba germinando la semilla de una nueva ciudad, abonada por el trabajo creador y por la seguridad que garantizaba el convivir en grupo. Así, Valle de la Pascua iba logrando su fisonomía  de manera natural y espontánea.
        
            Gran benefactor del villorio, que para la época dependía administrativa y religiosamente del Cantón de Chaguaramas, fue el ilustre Obispo Mariano Martí,  “El Hacedor de Pueblos” quien visitó al poblado en 1783 y al observar el elevado número de feligreses y las posibilidades económicas del lugar decidió darle autonomía religiosa, lo que se materializó dos años después (1785), al desmembrarlo del curato de la mencionada población de Chaguaramas y crear uno nuevo que llamó  Nuevo Curato Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, hecho que trajo consigo la estructura urbanística del pueblo con sus calles, su iglesia y su plaza.
        
            Con este acto de emancipación religiosa,  Valle de la Pascua inicia una nueva etapa, con mayores impulsos, en la cual se le dio un lugar de destacada participación a Juan González Padrón, hombre con gran capacidad para los negocios y el trabajo agropecuario,  por la donación que hizo, a pesar de su apego a la tierra, de un lote de  78 solares como ejidos donde las laboriosas manos de hombres y mujeres, contando con la orientación del Presbítero Don Francisco Roque Díaz y de Don Pedro Victores de la Cueva, Justicia Mayor y Juez de Tierras de Chaguaramas, edificaron la incipiente villa.
    
            De allí que, Valle de la Pascua nació de un grupo de hatos regados en los que se sembró la simiente de la perseverancia, el tesón  y el amor al terruño, virtudes que al ser conjugadas, por aquellos primeros habitantes, la convirtieron  en el sitio ideal  para el reposo y el descanso de arrieros y caminantes.

            Era y sigue siendo una “Encrucijada de Enigmas” como la llamó el Padre Chacín. Es una importante encrucijada vial de la red nacional a través de la cual se conectan los distintos polos del país, circunstancia que favoreció su proceso de desarrollo para llegar a convertirse en la pujante ciudad que es hoy pero, sin permitir que la civilización borre su historia, sus tradiciones y sus costumbres.

         Valle de la Pascua es una princesa joven que se desarrolló rápidamente alcanzando belleza y lozanía a pesar  que, en diferentes oportunidades, sufrió el embate de la naturaleza y del propio hombre: en 1812, el terremoto del 24 de marzo destruyó parte de ella; en 1814 fue sitiada por los partidarios del Rey y desolada por las llamas, y dos años después, en 1816, en plena gesta emancipadora fue sitiada por segunda vez por los realistas y devastada totalmente por el fuego, presuntamente, propiciado por manos patriotas, hecho que la sumió en una  soledad repentina y profunda por el abandono de sus atemorizados pobladores. 

            Sin embargo, una vez lograda la independencia del país la voz de la Princesa se dejó escuchar llamando a sus hijos al regreso, a la reincorporación al trabajo para que, mancomunando esfuerzos, le dieran vida de nuevo, lo cual se logró en los terrenos donados por el canario Juan Pedro González Padrón.

            Así, cual Ave Fénix que resurge de sus cenizas,  renació este poblado de gente sencilla, laboriosa y con una tenacidad que raya en lo imposible. Gracias a esos atributos y a la querencia por el lar nativo, Valle de la Pascua se ha convertido en un verdadero emporio por su riqueza y su actividad agropecuaria y comercial, con esencia propia, orgullosa de un pasado lleno de historia donde destacan hechos como los siguientes:

            Durante la gesta emancipadora, en Valle de la Pascua también se quemó la pólvora ya que fue escenario de permanentes guerrillas llevadas a cabo por  nuestros valientes patriotas, así como por los defensores del Rey. En su suelo, en los primeros días de la revolución, Pedro Zaraza dio el grito de independencia al abandonar el hato Patacón, colindante con Santa Juana, propiedad de Don Vicente Espejo, donde él trabajaba como encargado y mayordomo, para ponerse al frente de un grupo de voluntarios entre los que se contaron: Dionisio Machado, Julián Infante y los hermanos Matos, quienes lo proclamaron como jefe y juraron seguirle en la lucha que  iba a comenzar, así como guardarle respeto y serle fiel en todo aquello que los condujera a la defensa de la soberanía nacional.
           
            En 1814, fue saqueada por el realista Caster, quien tomó como rehenes a honorables familias poblanas y las condujo a la selva de tamanaco. Ese mismo año la villa  probó su heroísmo al soportar un sitio de 4 días del cual salió exitosa. Igualmente, en agosto de 1815,  después del desastre de  Morichal de Medrano recibió como rehén, bajo el cuidado del Presbítero Don José Gabriel Sutil, a Pedrito Zaraza, hijo del General Pedro Zaraza, que había sido apresado en aquel triste combate y retenido por García Luna para chantajear al padre, pretensión que no logró.

             Ese mismo  agosto de 1815, cuenta la tradición, Valle de la Pascua albergó en sus calles a Miguel Peña, doctor en Jurisprudencia Civil y uno de los hombres de mayor inteligencia y conocimientos de la época. Después de la capitulación de Valencia y el desconocimiento de la misma por parte de Boves, Peña, que junto con Escalona habían sostenido el sitio, escapó milagrosamente disfrazado de sacerdote y buscó reunirse con el General Pedro Zaraza, por lo que llegó a Valle de la Pascua y merodeaba por sus calles vestido con sotana, cotizas, sombrero, rosario, larga cabellera y predicando extravagancias, conducta que llamó la atención e hizo que  le bautizaran como “El cura loco”  y que los muchachos le lanzaran piedras. Así anduvo deambulando, por los confines del villorio,  hasta que el destino le permitió encontrarse, en el camino hacia Jácome, con los guerreros Juan Antonio Moronta y Faustino Sánchez quienes lo condujeron ante el General Zaraza a quien sirvió como secretario.
           
            Corría el año de 1831 y gobernaba en el país el General José Antonio Páez, contra quien el General José Tadeo Monagas encabezó un movimiento en el Oriente del país, a fin de, entre otros objetivos, reestablecer la Gran Colombia y formar un estado federal con las provincias orientales, cuando Valle de la Pascua fue escenario de la entrevista entre los dos próceres para negociar la paz y poner fin a la insurrección militar.

            Según narra el General Páez en su autobiografía, él envió desde Calabozo unos comisionados a ofrecer una fraternal entrevista al General Monagas, en el sitio y fecha que le conviniere. Y al respecto, una vez cumplida la misión, le escribe:

            Calabozo, Junio 7

            “Los Comandantes Manuel Figuera y Miguel  Rola me han informado del resultado de la comisión que puse a su cargo para convenir con V.S. acerca del lugar y día en que debiera tener efecto una entrevista, y estoy decidido a concurrir al Valle de la Pascua del 16 al 20 del presente mes, conforme a lo acordado...”

            Sin embargo, motivado al estado de las vías y al  período de lluvia, la entrevista no se realizó en la fecha fijada sino los días 23 y 24 de Junio del 1831. Terminado el célebre encuentro entre los dos generales, Páez expidió un Decreto de indulto en el cuartel general de Valle de la Pascua, mediante el cual se estableció, entre otros aspectos: licencia en sus respectivos cantones de las tropas de Monagas; entrega de las armas; devolución de ganados, caballos y mulas a sus legítimos dueños y seguridad a la vida y propiedades de las personas comprometidas en el movimiento. Dicho Decreto fue confirmado por el Congreso el  03 de Julio de1831.

            La tradición oral, esa que hace posible que sucesos, hechos y personajes de verdadera importancia para los pueblos no se pierdan en el olvido o el anonimato,  nos deja saber que dicha entrevista se realizó en el Alto de la Laguna de La Vigía, posiblemente  en la casa que perteneciera a Juan González Padrón, una vivienda de rancio abolengo al estilo colonial, de una planta, cuatro corredores, techo de teja y cerca de “palo a pique” ubicada en el sector La Vigía,  aproximadamente donde hoy está construida la urbanización Las Lomas.

            Igualmente se dice que José Antonio Páez pernoctó en la casa del Teniente de Justicia. Dicha casa estaba ubicada en la intersección de las calles Guasco y Atarraya, esquina diagonal a la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria,  pero no se señala si Monagas también lo hizo en ese lugar, o si por el contrario decidió marcharse al oriente, una vez firmado el tratado.

            Dados los acuerdos, beneficiosos para ambos bandos logrados durante el encuentro, el Dr. José María Vargas, Presidente que sucedió a Páez, quiso erigir el pueblo en  villa con el nombre de La Paz y así lo expresa en una comunicación enviada al Presidente de la Cámara del Senado, fechada el 27 de abril de 1835 donde destaca la conveniencia de “... perpetuar la memoria  de tan magno suceso que evitó la efusión de preciosa sangre en una guerra fraticida...”. La propuesta no tuvo acogida entre los moradores, que sencillamente la ignoraron y siguieron con el nombre que habían escuchado siempre.

            Hoy, esa humilde ciudad no cuenta solo  con siete calles horizontales y siete verticales, sino que se erige, henchida de orgullo sobre el mismo suelo que un día la vió levantarse, caer y resurgir.
           
            Esa es la tierra donde nací, crecí y como soñador que soy aspiro para nuestra princesa  tiempos mejores,  para que en el vesperal de nuestros días podamos, envueltos en el más hondo suspiro, vanagloriarnos al decir: ¡Yo soy vallepascuense!

B.-  GOBIERNO MUNICIPAL

            Escribió, el poeta y escritor, Manuel Rodríguez Cárdenas: “Entonces el pueblo era Pequeño”. Esta frase, cargada de meditación y de los más disimiles recuerdos, viene a mi mente, hoy, cuando pienso en la evolución de la organización municipal de Valle de la Pascua, pueblo que, por su juventud y formación aluvional, no vivió la primera etapa de vida de aquellos cabildos o ayuntamientos de los siglos XVI, XVII y XVIII donde los funcionarios eran elegidos mediante el voto de los vasallos o ciudadanos propiamente dichos. La historia local se enmarca en la segunda época a partir del siglo XVIII cuando los cabildos perdieron su autonomía y la capacidad de representar al pueblo: los Alcaldes y Ediles pasan a ser seleccionados por la gente importante de cada ciudad, por lo que siempre serían aquellas personas que sobresalían en el campo económico, social y político. Tal situación se mantuvo hasta 1989 cuando, por medio de la Ley de Régimen Municipal y basándose en el mandato expreso de la Constitución Nacional de 1961, la historia se reempató. Aquellos cabildos con Alcaldes y Regidores de siglos pasados, que llegaban a esas posiciones mediante votación, volvieron a la escena ciudadana como instancia soberana del poder municipal.

            En Valle de la Pascua, la historia conocida arranca en 1882, durante  el Quinquenio del General Antonio Guzmán Blanco, cuando se dispuso de un  Concejo Municipal presidido por el General Pedro Arévalo Oropeza, quien, a pesar de su escasa ilustración, se esmeró, durante los dos años de sus funciones, en buscar progreso para el pueblo. Así se inicia el arreglo de las calles del casco central de la ciudad, se arboriza y se cerca la plaza Bolívar, se construye, por pedimento de los moradores del norte de la ciudad, la Laguna del Rosario y con ella se acometen otras obras de gran beneficio y utilidad para la población. Igualmente le correspondió al General Pedro Arévalo Oropeza el honor de iniciar el control administrativo del municipio.

            Desde entonces, la corporación municipal ha sido presidida por:

1882-1883             General Pedro Arévalo Oropeza
1884-1885             General Jesús María Isturiz
1885-1886       Rafael Ledezma
                        1887                Pedro María Ascanio, Ángel María Moreno,
Temístocles Pereira y Pedro Tomás Lander,
1888                                Juan Bautista Zamora Gil
1888 – 1889    Juan Manuel Crespo
1889                                Manuel Carías,  Prudencio Herrera.
1889-1890             José María Cobeña
1890-1892             Eladio Díaz Ramírez
1893-1894             General José Santos Hernández
1894-1897             Rafael Zamora Gil
1898                Prudencio Herrera
1899                Valeriano López Belisario
1900-1902      Juan Zamora Arévalo
1903                Hilario Pedrique
1904-1907      Salvador Montalfi
1908                Miguel Lorenzo Ron Pedrique
1909                Rafael Zamora Gil
1910-1911       General Jesús María  Isturiz
1912                Luis López Arzola, Dr. Presbítero Julián Esparta y Garay
1913                Vicente González Oropeza
1914                Rafael Zamora Gil
1915-1918             Nicanor López Borges
1918-1921             Rafael Zamora Gil
1921                                Dr. Alberto Aranguren
1921-1922      José Ángel Ledezma Cabrera
1922-1923             Juan Zamora Arévalo
1923-1924      Rafael Belisario
1924-1925      Francisco Moreno Díaz
1926                José Dimas López Arzola
1927                Rafael Zamora Gil
1928–1929      Pedro Manuel Escobar Ramírez
1930                Dr. J.E. Bastardo Flores
1931-1932             Jesús María Moreno
1933                Dr. Alberto Aranguren
1934                Juan Hitcher Pérez, Dr. Ángel Vicente Ochoa
1934-1935             José Ramírez Camero
1936                Antonio Ron Padilla, Antonio C. Belisario,
Luis Adolfo Melo.
1937                                Rafael Simoza, Rigoberto Santaella
1937-1938             José Ángel Ledezma
1939                Juan Manuel Barrios
1940                                Arturo Tovar
1941                                Ramón Santaella Ledezma
1942                                Rafael Ortuño Suárez
1943                                Alejandro Campagna
1944                                José María Rubín
1945                                Dr. Ángel Vicente Ochoa, Dr. Antonio Malavé
1946-1947             Juan Manuel Barrios
1948                Dr. Juan Vicente Seijas
1949-1951             Dr. Antonio Malavé
1952                                Dr. Rafael Ángel Morean
1953                                Dr. Manuel Díaz Moronta
1954                                Gaspar Franquiz Escobar
1955-1956      Eleazar González
1957                José Celestino González ( Morocho )
1958                Ernesto Alayón
1959                Dr. Rafael Ledezma Martínez
1960–1961      Oscar Cobeña
1962                Manuel Esteban González
1963                Ernesto Alayón
1964–1968      Rafael Veitía
1969                César Díaz Zamora
1970–1972      Miguel Vilera del Corral
1973                Emilio Laya, Rafael López, Manuel Oropeza Fraile
1974–1978      José López Itriago
1979                Manuel Oropeza Fraile
1980–1981      Dr. Enrique Ramírez
1982-1983       Pedro Arévalo González
1983-1984       Dr. Luis López Toro
1984-1985       Prof. Heriberto Bustamante
1985-1986       Lic. Haydee Ruiz
1986-1987       Prof. Héctor Ortega
1987-1989       Prof. Heriberto Bustamante
1989                Lic. Haydee Ruiz

ALCALDIAS

1990-1992             Arq. Manuel Matos Charmelo
1993-1995             Ing. Edgar Martínez Ferrer
1996-1998             Ing. Edgar Martínez Ferrer
1999-2004             Lic. Tomás Valmore García
2004-2008      Lic. Tomás Valmore García

            Cada uno de ellos, en su momento, demostró empeño en transformar a Valle de la Pascua, superando su pasado de pueblo de callejones oscuros para convertirla en un manantial de viva llama de esperanza de la civilización universal.


C.-  HIPODROMO DE LOS LLANOS

            Ahora, cuando vivimos la efervescencia que ha despertado las carreras de caballos no puedo dejar de evocar agradables pasajes lejanos donde, con soberbia y fanfarronería, corceles y jinetes competían por ser los ganadores de aquellas tardes dominicales en el desaparecido Hipódromo de los Llanos.

            Según narra el ingeniero Ángel Graterol Tellerías en su libro: Camino Andado, en 1943, él y su colega José Manuel Ruiz, quienes vivieron varios años en Valle de la Pascua, después de observar el espectáculo de carreras de sólo dos caballos,  que les pareció de mucho atraso para aquel poblado que luchaba por un crecimiento rápido y sin pausa,  idearon construir una especie de pequeño hipódromo donde pudieran correr varios caballos a la vez. Con tal idea, convocaron una reunión con un grupo de personas representativas de la comunidad entre los que se contaron: Alejandro, Silvio y Reinaldo Campagna; Víctor Camero; Pancho Foata; Alfredo Zamora Pérez; José Mercedes Belisario; Julián Carreño España,  los hermanos Moreno; Oscar Cobeña y Pablo Aurrecoechea, a quienes expusieron la idea. La propuesta fue aceptada con entusiasmo y, de inmediato, se procedió a nombrar una Junta Pro Construcción del Hipódromo, la cual quedó integrada, entre otros,  por: el Ingeniero Graterol Tellerías, Alejandro Campagna y Julián Carreño. Igualmente se acordó colaborar con mil bolívares per cápita  para cubrir los costos de  construcción de la cerca, la pista y la tribuna. Dichos fondos serían administrados por la recién nombrada Junta.

Los ingenieros Graterol y Ruiz se encargaron de buscar el terreno adecuado y de hacer el estudio  correspondiente para luego, a través de la Junta Pro Construcción, solicitarlo al Concejo Municipal. También se responsabilizaron del trazado de la pista y de conseguir con la Empresa VICA, para la cual trabajaban, las maquinarias necesarias (buldózer y patrol) para limpiar, conformar y nivelar la pista.

            El trabajo se efectuó de acuerdo con lo planificado. El sitio seleccionado fue el Caño de la Vigía, el cual fue segado por el Concejo Municipal. Alrededor de la laguna se trazó la pista, la cual disponía de 1.000 Mts de longitud, y se cercó con estantes de madera dura y cuatro pelos de alambre liso, siendo perfectamente divisada desde la pequeña tribuna de madera que se construyó.

            Ese mismo año, 1943, se iniciaron, con gran entusiasmo,  las carreras en el nuevo hipódromo y se convirtieron en la actividad más importante de los domingos, a la que asistía la familia en pleno tras pagar entradas de 0,25 Bs, los niños y de 0,50 Bs, los adultos para disfrutar de aquel espectáculo en donde, además de la emoción de las competencias en si, se apostaba y se podía admirar, en toda su plenitud, aquellos ligeros y  hermosos ejemplares criollos: bayos, castaños, zainos, roanos, negros, rucios, amarillos, tordillos, etc.

Estos ejemplares eran seleccionados en los hatos cercanos y conducidos por veteranos jinetes que medían fuerza y desempeño en la pista, donde el nombre del hato o el del criador  también estaban en juego, como una cuestión meramente de honor, de orgullo por poseer el mejor equino de la zona.

Muy famoso fue, en ese tiempo, el caballo La Culebra, propiedad de Alejandro Campagna, conducido habitualmente por  Celestino Fernández. Otros nombres de  nobles equinos que, domingo tras domingo, iban a la pista del Hipódromo de los Llanos a defender el nombre del hato del cual provenían son: El Sapo, Pinocho, Peligro Negro, Payaso, Diablo Suelto, Careador, Trago e’ Ron, Águila Negra, Todo Amor, Niñote, Princesa, Cadete, Apendicitis, Matas Altas y Rey de Copas.

Recordamos también a los jinetes que, en muchos casos, eran los mismos propietarios: José Ramón Blanca, del Stud Maniral; Baldemar Díaz, del Stud La Vica; Julio Ramírez, del Stud de Victor Camero; Juan Valiente, padre de Douglas Valiente y Alejandro Campagna que corría su caballo “Águila Negra”. 

            Las carreras tuvieron mucho auge, llegando a organizarse el juego con papeletas de colores: blanco y verde ( Bs. 2); rosado y azul (Bs. 3)  y amarillo ( Bs. 5) por ganador.

            El día 2 de diciembre de 1945, se realizó un emocionante programa que transcribimos a continuación:

PRIMERA CARRERA 300 MTS. PAPELETA BLANCA BS. 2

CABALLO       1          DIABLO SUELTO                       DE        RAFAEL DAVID DÍAZ
       “            2          JALISCO                                    DE        ALFREDO ZAMORA
       “            3          ATEBRINA                                  DE        GRATEROL TELLERÍAS
       “            4          GUAJIRO                                    DE        LORENZO HERNÁNDEZ

SEGUNDA CARRERA: 400 METROS. PAPELETA VERDE BS. 2

CABALLO       1          PAYASO                                     DE        ALFREDO ZAMORA
       “             2          AEROPLANO                              DE        JUAN TOVAR
       “             3           REFREGON                               DE        VICENTICO FRAILE      
       “             4           LIGERITO                                 DE        LORENZO CAMERO      

TERCERA CARRERA: 300 METROS. PAPELETA ROSADA Bs. 3

CABALLO       1          MUÑECO                                   DE        JOSE ZAMORA             
       “             2          CORALITO                                DE        MANUEL GONZALEZ
       “             3          TORDO REAL                            DE        CARLOS ALVAREZ
       “             4          PELIGRO NEGRO                      DE        GRATEROL TELLERIAS 

CUARTA CARRERA: 400 METROS. PAPELETA AZUL  BS. 3

CABALLO       1          CUANDO VUELVAS                   DE        MANUEL GONZALEZ    
       “            2          MARAQUERO                            DE        BALDEMAR DIAZ         
       “            3          COMO QUIERAS                       DE        LORENZO HERNANDEZ
       “            4          CAMPESINO                             DE        JESÚS LORETO

QUINTA CARRERA: 600 METROS. PAPELETA AMARILLA BS.5

CABALLO       1          PENICILINA                             DE        MANUEL GONZALEZ    
       “            2          PINOCHO                                 DE        JOSE MANUEL RUIZ
       “            3          EL SAPO                                  DE        NESTOR CAMERO
       “            4          LA PISCUA                               DE        LORENZO HERNANDEZ

                     JUEZ DE SALIDA         :              SR. MANUEL MARIA DIAZ

JUEZ DE LLEGADA     :              SR. HECTOR LUIS RODRÍGUEZ

VALOR DE LA ENTRADA BS. 0,50....... NIÑOS: BS. 0,25

            Sin embargo, de manera lenta e inexorable, que aún nadie explica con certeza, el Hipódromo de Los Llanos empezó a perder su atractivo, de tal forma que en 1948 la municipalidad ofició a la junta directiva para que informara si las actividades habían cesado puesto que, personas del pueblo, estaban solicitando solares para construir viviendas en ese lugar.

El Hipódromo desapareció y se  llevó  el andar altanero de los caballos que en las postrimerías del óvalo, no eran solamente criollos. Partieron también los relinchos que se confundían con el galope tendido de un viento que no encontraba barrera que le detuviera. Se fueron para no regresar jamás al encuentro hípico dominical, los gritos de los apostadores y de la fanaticada infantil que no sabía de apuestas, pero si de emoción.

En resguardo del recuerdo del Hipódromo de Los Llanos,  en labios de la conseja popular quedaron muchas anécdotas, generalmente acerca de los enfrentamientos surgidos entre los dueños de los animales. Se cuenta que el ejemplar Matas Altas, de Víctor Camero, derrotó, en dos oportunidades, a Rey de Copas que pertenecía a Víctor Felizola, hecho que disgustó al perdedor que, ofuscado, ofendió a Camero y, pistola en mano, le retó a duelo. Ambos se apartaron del grupo y siguieron el camino de La Vigía para arreglar el asunto de “hombre a hombre”. Era una costumbre muy propia de la época y de las películas que, desde México, se proyectaban en nuestra ciudad. Hubo expectativa y ansiedad, así como los consabidos ruegos para que depusieran actitudes, pero los decididos ciudadanos no escucharon ruego alguno y se alejaron por el camino que conduce a Corozal. Pasaba el tiempo y no se escuchaban disparos, lo que hacía mas pesada  la espera por el resultado.
De pronto, del grupo surgieron vítores y gritos alegres matizados por la sorpresa. Camero y Felizola regresaron sanos, salvos y como buenos amigos. Nada pasó. Hoy, a varios años de aquel hecho que pudo haber enlutado a distintos hogares de la zona, nadie ha podido decirnos que privó sobre estos decididos y valientes hombres para que aquel reto no tuviera un final lamentable.



 D.- IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA

            El libro del tiempo tiene páginas que narran la historia de este lugar; hojas que  pasan apresuradamente, como si alguien que lleva prisa por ahondar más en él, las arrastrara con tal ímpetu,  que casi las arranca. Tal violencia hace casi imperceptibles los recuerdos saturados de melancolía.  Pero hay algo imborrable,  algo que permanece formando parte de la conciencia de la población como el más caro testimonio de esperanza: es la creencia en un ser superior, fe manifiesta desde el asentamiento, en el llamado valle, de los primeros pobladores entre los que se encuentra  Don Juan González Padrón, canario que, en 1768, construyó, contiguo a su vivienda, un oratorio dedicado a Nuestra Señora de la Luz, para lo cual contó con la Licencia del Obispo de Caracas, Don Diego Antonio Diez Madroñero, el mismo que por poco convierte a la ciudad de los techos rojos en un convento, ya que dió nombres de santos a todas las esquinas de la capital y sustituyó el carnaval por procesiones y rezos de rosarios.

            Este oratorio, construido por Juan González Padrón y visitado por el Obispo Mariano Martí en 1783, fue el recinto precursor de la Iglesia de la Candelaria, pues el Obispo “Hacedor de Pueblos”, al observar el elevado número de personas confirmadas y comprobar la existencia de bases humanas y económicas para sustentar una parroquia, inició el auto que concluyó, en 1785, con el nacimiento del Nuevo Curato de Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, la separación  de  la  tutela  de  Chaguaramas  y  la autorización para edificar la iglesia parroquial en el  “Alto de los Pocitos”, lugar que, en la Valle de la Pascua de hoy, se ubica en el sitio donde hace años atrás funcionó el viejo hospital Guasco, y actualmente es ocupado por el edificio de la Compañía de Teléfonos de Venezuela  (CANTV).

            La acción de edificar la primera iglesia fue acometida por el párroco Dr. Don Francisco Roque Díaz, quien completó su obra en 1794 logrando una iglesia modesta, sin campanas, ni torres, ni relojes, pero que, en el villorio, era la omnipresencia de Dios, recurso de paz y amor que nutre el alma. Allí asistían los lugareños sin reparo de ninguna clase, pues iban en busca de algo más importante y satisfactorio que cualquier detalle, iban a recibir los sacramentos, a santiguarse, a alabar al creador, a hacer votos por mejores días y a reafirmar su creencia en un ser superior.

            Dieciocho años después, por designios de la naturaleza, la humilde ermita que había sido construida con el aporte de los moradores de la comarca, fue destruida por el terremoto del 26 de Marzo de 1812, siendo sustituida por otra de bahareque, que también desapareció. Sucedió en 1816, cuando Valle de la Pascua fue escenario de una cruenta batalla entre los partidarios del Rey y los republicanos, la cual culminó con el incendio del pueblo por parte de los patriotas Zaraza y Zamora, al no poder contener la avanzada realista, lo que provocó la huida y dispersión de la población atemorizada por el horror a la guerra.  Y fue sólo a partir de 1822, una vez lograda la independencia de Venezuela con la batalla de Carabobo, cuando la población inicia su regreso y comienza, aunque lentamente, la reconstrucción del pueblo, incluyendo la ermita que, igual que la anterior, era de bahareque. Pobreza que  se crece en la fe de los aldeanos  y, cual chorro de luz,  les ilumina  el duro trajinar ofreciéndoles, después de haber navegado en un río de violencia y muerte,  un remanso de ansiada paz.

            En “Apuntaciones para la Historia”, obra de Don Adolfo Machado, escrita entre 1875 y 1899, se  lee que el patriota  sacerdote José Vicente González Díaz, párroco de gran actividad llegado a Altagracia de Orituco en 1823, escribió  en Junio de 1828 al  I. S. Obispo de Caracas y Venezuela,  solicitando permiso para llegar a Tucupido, con la finalidad de erigir un templo en dicha localidad, donde los vecinos tenían todo preparado;  y al mismo tiempo le comunica que había hecho construir y bendecido una mediana Capilla en el pueblo de Valle de la Pascua, e iniciado otra en Chaguaramas, la cual quedó techada. En este devenir, llegó a Valle de la Pascua, en 1837, el Presbítero José María Poleo quien, con ayuda de los vecinos, construyó una iglesia de bahareque constante de tres naves.

Así, a paso lento, la iglesia de La Candelaria echa a andar, siendo objeto de mejoras en diferentes ocasiones, pero sin dejar de ser de bahareque. En 1867 el padre dominico Don Isidro Bello, habiendo aceptado una importante donación de la señora Petronila Pérez, y después de recibir autorización del Arzobispo, inicia la reconstrucción del templo, siguiendo el estilo francés con frontis acampanado, el cual abandona totalmente las costumbres arquitectónicas de la época, que respondían al estilo colonial español.

            En la petición que la Cofradía del Santísimo de Valle de la Pascua hace en 1867 al Arzobispo, para que apruebe la solicitud del Padre Bello, de reconstruir la iglesia, aparece firmando como vocal, el señor José Quiterio Matos, miembro de la familia Matos Gutiérrez y fue quizás en estos tiempos, cuando la mencionada familia hizo traer desde las Islas Canarias la primera imagen de la Virgen de la Candelaria. Esta Virgen morena, con una candela en la mano, cuya aparición data del año 1392, cuando en la Isla de Tenerife, en el Archipiélago Canario, se presentó ante dos guanches (naturales de la Isla), fue traída hace más de un siglo y aún  se conserva en la iglesia catedral. Allí, desde la nave derecha consuela a los feligreses.

            Este hermoso templo reconstruido por el Padre Isidro Bello, y trabajado en la parte de carpintería por el Padre Juan Santiago Guasco, se mantuvo en pie hasta 1954, cuando fue derribado por gestión del Presbítero Ángel Polachini, párroco de la ciudad para esa fecha y de la Junta Procreación del nuevo templo para Valle de la Pascua, presidida por el Presbítero Ramón Emilio Moreno. Ellos lograron el financiamiento de la obra por parte del Ministerio de Justicia, la Gobernación del estado Guárico y colaboración de la comunidad. Durante este tiempo las misas y oficios religiosos se ofrecieron temporalmente en la casa donde hoy funciona la Escuela de Especialidades San José, en la calle Guasco, a cuarenta metros, aproximadamente, de la iglesia catedral.

            Los feligreses de aquellos días, recuerdan con mucho cariño al presbítero Ángel Polachini,  quien no pudo continuar todo lo que tenía planificado realizar en nuestra zona, porque los tentáculos de la política tocaron al templo y,  por presiones del gobierno regional, el fue trasladado a San Sebastián de los Reyes, en el estado Aragua.    

            El nuevo templo, de aspecto neo románico,  fue inaugurado en diciembre de 1956 por el General Marcos Pérez Jiménez, Presidente de la República; y consagrado por el Obispo Diocesano Monseñor Antonio Camargo en enero de 1957.

            Un libanés, radicado en Valle de la Pascua, hombre de gran espíritu de trabajo y cooperación dió la voz de bronce al templo: el señor Nahón Salomón donó el reloj de carillón eléctrico, de cuatro campanas, importado de Suiza, el cual fue instalado                    (abarcando dos torres) por el señor Félix Bordón, iniciando así la hermosa labor de indicar la hora, cada 15 minutos, con repiques alegres y acompasados,  convirtiéndose en la guía de todos los moradores del pueblo, que con nitidez, escuchaban sus llamados, aún en apartados rincones.

            Si un libanés dio la voz para el campanario, los vallepascuenses también se sumaron al equipamiento de la nueva iglesia: los hermanos Juan Antonio, Abigail y Pedro Ledezma Cabrera, donaron las vistosas lámparas que arropan las bombillas que cuelgan de lo más alto del templo; el Dr. José Antonio Ron Troconis, las catorce estaciones del vía crucis; el Dr. Antonio Malavé, la pila bautismal; Nicolás Soto Martínez, el santo sepulcro y así otras personas que, generosamente, apoyaron tan importante obra. 

            Después  de muchos soles con sus inseparables noches vividas, la Iglesia de la Candelaria se hizo grande. El 25 de julio de 1992  se erigió la Diócesis de Valle de la Pascua,  y aquel oratorio se elevó a la categoría de Catedral. Su primer Obispo fue el excelentísimo Monseñor Joaquín José Morón Hidalgo, un trujillano venido de la ciudad jardín de Venezuela, Boconó, a estas pampas guariqueñas, quien el 26 de noviembre de 1999 presidió la ceremonia en la cual la iglesia catedral fue consagrada al señor y dedicada a la Virgen María en su advocación a Nuestra Señora de la Candelaria.

            El 10 de diciembre de 2006, con motivo del arribo a 50 años de su construcción, la Iglesia Nuestra Señora de la Candelaria fue declarada, en sesión solemne del Consejo Municipal, patrimonio histórico y cultural del municipio Leonardo Infante.

Allí, en la Catedral, continúa cumpliendo su misión, el viejo reloj de carillón, sólo que ahora no escuchamos su agradable voz llamándonos a la misa dominical, a las decembrinas o recordándonos la hora del día que vivimos. Es casi imposible escucharla, pues el progreso, el crecimiento demográfico, urbanizacional y vehicular de la ya no tan pequeña ciudad, hace que el viejo tañir se pierda en el viento y que sólo puedan percibirlo, los que moran cerca de ella.

 Hoy evocamos esos recuerdos de tiempos idos, por donde se filtra la nostalgia.

PÁRROCOS QUE HAN SERVIDO EN LA IGLESIA NUESTRA SEÑORA DE LA CANDELARIA

1785-1787             Br. Domingo Lander
1788-1795             Dr. Francisco Roque Díaz
1796-1803             Dr. Joseph Barela
1804-1814             Br. Pedro Díaz
1815-1836             No hubo Cura propietario.
Para 1836 se recibían visitas esporádicas de los Presbíteros José Vicente Polacre Burgos, de Chaguaramal de Perales (Zaraza) y José Feo de Chaguaramas. 
1837-1841             Pbtro. Don José María Poleo
1841-1856             No hubo Cura Propietario
Los servicios religiosos eran efectuados por:
·   Domingo Artiles, de Tucupido, quien a su vez autorizó al Padre Antonio Abasto para realizar servicios, los que tenían lugar en la casa llamada Camoruco, propiedad del Sr. José Antonio Díaz.
·         Juan Santiago Guasco, de Tucupido y Chaguaramas.
·         José Vicente Polacre, de Chaguaramal de Perales
·         Isidro Bello de San Fernando de Cachicamo
·         Isidoro Girón de Tucupido
·         Santiago Álvarez de Santa María de Ipire
·         Mariano Batanero, de Chaguaramas
1856-1872             Fray Isidro Bello
1872-1886      Pbtro. Juan Santiago Guasco
1886-1907      Dr. Pedro José Miserol
1907-1912      Dr. Julián Esparta y Garay
1913-1918      Manuel E. Liendo Díaz
1918-1931      Federico Marcano
1931-1935      Br. Pedro Celestino Perdomo
1935-1937      Antonio Hurtado
1937-1938      Juan Ramón Ortiz Gutiérrez (Cura accidental)
1938-1941      Federico Marcano
1942-1944      Carlos Liévano
1945-1946      Juan Ramón Ortiz Gutiérrez
1946-1955      Monseñor Ángel Polachini
1955-1958      R.E. Moreno (Encargado)
1958-1969      Rafael Ángel ChaCín Soto
1969-1974      Manuel Mejías
1974-1986      Victor Pérez Rojas
1986-1990      Pbtro. Luis Meza Guía
1990-1992      Pbtro. José de Jesús Nuñez
1992-1993      Antonio Chinchilla
1993 hasta la fecha  Pbtro. Pedro Gijs


Observación: A finales de 1996 y hasta 1999, el Pbtro José Gregorio Altuve actúa como administrador de la parroquia y es autorizado para firmar, motivado a la ausencia del padre Pedro Gijs quien viajó a realizar estudios en Italia.

            Debe destacarse también que en el transcurso de estos años, otros sacerdotes han visitado la parroquia ya en calidad de interinos o como curas accidentales tales como: Monseñor Ramón Loreto Rodríguez (1958); Pierre Nicolleratt (1963 y 1964); José Medrazo (1964); Martín Bermúdez (1965); José Rosario Vaccaro (1965); Francisco Sánchez (1966); Franco Barbieri (1967); Armando Ribas (1967); Ricardo Murillo (1967); Luis Antonio Díaz (1968).

OBISPOS

1992-2004     Monseñor Joaquín José Morón Hidalgo
2004 hasta la fecha     Monseñor Ramón José Aponte Fernández

  
                                                         E.- LA PLAZA BOLIVAR

            La plaza Bolívar de mi pueblo, crisol donde el vallepascuense funde su afecto con la más sublime añoranza y  tradición, a diferencia de la usanza no asistió al nacimiento del sitio de Valle de la Pascua; principio por demás humilde, sin actas ni ceremonias de rigor y,  menos aún, sin trazado de calles ni ubicación de iglesia, plaza y cárcel. Fue un nacer por propio impulso, allá en el hato Santa Juana, producto del amor al trabajo y a la tierra, de la perseverancia y  la fe milagrosa de un grupo de hombres y mujeres que,  con ardor y desfogue, se dedicaron a la actividad agropecuaria.

            El Párroco Dr. Don Francisco Roque Díaz, llegado al lugar  cinco años después de la visita del Obispo Mariano Martí y tres de la conversión del sitio en Nuevo Curato de Nuestra Señora de la Candelaria de Valle de la Pascua, fue quien, en tierra donada por el canario Juan González Padrón, construyó una iglesia decente, trazó las primeras calles así como la plaza de armas para que sirviera de escenario a hechos importantes para la comunidad. Allí comienza a latir el corazón de la ciudad, primero muy tímidamente, pues sólo se trataba de un espacio vacío con nombre rimbombante: “Plaza de Armas”, sin cerca y sin ningún distintivo que la hiciera parecer como tal, por lo que de hecho tenía más aspecto de predio sabanero que de plaza.

            Los moradores del sitio, en su mayoría gentes venidas de otros lugares, con su afán de buscar el bienestar colectivo dotaron la plaza de cerca de alambre de púa con puertas para el paso de las personas, las cuales eran frecuentemente derribadas por el ganado que no se mostraba muy dispuesto a ceder, a quienes no necesitaban, el pastizal.  Esto obligó a  construir mangas estrechas por donde no cabía el ganado, pero si permitían el tránsito de los vecinos, aunque sin mucha comodidad.

            Con el correr del tiempo y a medida que la aldea crecía, la plaza también mejoró su aspecto: ahora disponía de rejas metálicas terminadas en punta de lanza, las cuales se convirtieron en un verdadero peligro para la muchachada cuyo entretenimiento era saltarlas  al tiempo que planteaban animadas competencias. Ante esta situación, el General Pedro Arévalo Oropeza, padre del General Emilio Arévalo Cedeño, las sustituyó por otras que no representaban peligro alguno y que cumplieron su función hasta 1912 cuando fueron cambiadas por otras que donó el Ejecutivo del Estado. Ese mismo año la Corporación Municipal creó el cargo de jardinero de la plaza principal e instaló la  iluminación, la cual se hacía mediante faroles de carburo, que un farolero,  escalera al hombro,  se daba a la tarea de encender antes que cayera la noche.
           
            En 1922, el Concejo Municipal, comprometido con el ornato de la ciudad, nombró  una Junta integrada por los señores: Miguel Ignacio Méndez, Juan Zamora Arévalo, Juan Antonio Ledezma, Ricardo Sutil y Rafael Belisario para que procedieran a la recolección de fondos, entre los habitantes del pueblo, para reparar las barandas y construir ocho puertas para las avenidas de la plaza a fin de evitar el acceso de los animales, tarea que cumplieron a cabalidad.

            A la par del progreso, se mejoró la iluminación de la plaza, atrás quedaron los faroles de carburo o kerosén, y también se convirtió en pasado  el aparato de gas acetileno, diestramente manejado por Don Manuel Piñero y mantenido por Don Julio Pérez, mecánico de la época. Se abrió paso a la energía eléctrica, instalada en 1929, cuando la municipalidad firmó contrato con los señores Juan Álvarez, José Lentini y Cristóbal Padilla, para el establecimiento del alumbrado público. El fluido eléctrico, aunado a los numerosos árboles y especies ornamentales que se plantaron, dio a la plaza una imagen diferente a la que los lugareños estaban acostumbrados. Era un buen augurio de que a nuestra placita la esperaban mejores días.

Y efectivamente así fue. En 1983 el corazón de Valle de la Pascua revive. Como homenaje al bicentenario del natalicio del padre de la patria, se remodeló la plaza: en las calles que le circundan se construyó un boulevard, snobismo heredado de Guzmán Blanco que es utilizado para jerarquizar algunas calles en pueblos y ciudades.
             
            En lo que respecta a las efigies que se han levantado en la plaza, se tienen noticias que en el año de 1831,  como respuesta a la gran religiosidad de los Vallepascuenses y,  para reafirmar el tratado de paz celebrado en su seno entre los Generales Páez y Monagas, surgió la iniciativa del conglomerado, alimentada por el hecho,  de erigir en la plaza principal una imagen de “Nuestra Señora de la Paz”,  llamada por el pueblo María de la Paz. Estaba hecha de un asperón selecto extraído de una cantera de la selva de tamanaco y era un poco defectuosa: rolliza, de tamaño natural, usando vestido en lugar de la tradicional túnica y tenía en la mano izquierda una palma mientras que con el índice de la otra mostraba hacia abajo como indicándonos: aquí se levantará un próspero pueblo.

Esta estatua se ubicó en el centro de la plaza y de allí partían avenidas, pavimentadas de ladrillos, por donde los visitantes caminaban sus pesares y contentos.

            Según lo expresado por  el Historiador Guillermo Morón, en su obra Los Presidentes de Venezuela; el año 1876,  respondiendo a su política de levantar estatuas, el entonces presidente, General Antonio Guzmán Blanco se erigió una suya, en la plaza principal de Valle de la Pascua, que fue inaugurada el 20 de diciembre de ese año con el nombre de Estatua de la Paz, coincidiendo con otra escultura pedestre que se  inauguró en El Calvario-Caracas, a la que el pueblo capitalino, después de bautizarla como  Manganzón, derribó en 1878, cuando el Guzmancismo llegaba al ocaso. Sin embargo, los antiguos moradores del lugar, testimonian con mucha certeza y precisión, que dicha estatua jamás existió en nuestra plaza y que la efigie de María de la Paz  estuvo en ella hasta 1909 aproximadamente,  cuando el General Juan Vicente Gómez giró ordenes al General David Gimón, presidente del estado Guárico, para que fuese sustituida por una del General José María Zamora, prócer independentista nativo de Valle de la Pascua.  La noticia fue recibida con mucho agrado por Don Rafael Zamora Gil, Presidente del Concejo Municipal, institución ésta que había hecho la solicitud por iniciativa de un grupo de vallepascuenses. El pueblo vio el hecho como un justo reconocimiento al coterráneo que dio su vida por la libertad de la patria.
           
Pero, la representación del indomable patricio vallepascuense también hubo de emigrar de la plaza, cediéndole el honor a quien una vez lo llamara “esforzado y valiente oficial”, al hombre grande de América, al Libertador Simón Bolívar. Efectivamente en 1937 la municipalidad, atendiendo una propuesta hecha tres años antes por el concejal José Ramírez Carpio, adquirió un busto del Libertador y lo instaló en el lugar sobre una columna de mármol donada por el General Emilio Arévalo Cedeño, Presidente del Estado Guárico para la fecha. Tal hecho se materializó después que el busto del General José María Zamora fue trasladado al salón de Sesiones del Concejo Municipal, de donde pasó, luego, al parque que lleva su nombre, en la intersección de la avenida Libertador con la calle Real.

            La instalación del busto del Libertador motivó a los Concejales del Distrito a cambiar el nombre de Plaza Principal a Plaza Bolívar, acuerdo que se aprobó por unanimidad en sesión extraordinaria del 20 de Abril de 1937.

            El busto del Libertador también fue cambiado; y la plaza Bolívar cuenta  hoy con una estatua pedestre del padre de la patria, replica de la obra de Pietro Tenerani que se encuentra en la plaza mayor de Santa Fé de Bogotá, que espada en mano, y cobijado por centenarios árboles y con su mirada perdida hacia el noreste,  parece decir a quien se le acerca: ahí está mi obra, no dejes que se pierda entre la desidia y el desamor por esta patria, por la que entregué mi vida y  te dejé libre. ¡Continúala tu!” 
        
            Mi vieja plaza, sin intención alguna,  se convirtió en refugio de caminantes que venían a ella a mitigar su cansancio después de un penoso y largo viaje. En su entorno llegaban los autobuses del centro, recogían y bajaban pasajeros y proseguían su camino al oriente del país, y viceversa. Fue igualmente centro de tertulias de consuetudinarios visitantes, de reencuentro de viejos amigos, manantial de melancólicas melodías que surgían de los instrumentos de viento y percusión  que tocaban, con armonía y deleite, los integrantes de la Banda Municipal dirigida por Don Emilio López y seguida, con verdadero éxtasis, por aquellas almas románticas y enamoradas que, de tarde en tarde y de domingo en domingo, asistían al obligado y mudo convite, donde una mirada fugaz, envuelta en un hasta luego hacía que, en  muchos de los casos, floreciera un romance y que de aquel surgiera posteriormente el matrimonio. 

         Pero la civilización, cual vendaval incontrolable, cambió el rostro de la plaza. Cortaron el cotoperí, aquel enorme árbol que estaba en la esquina noroeste de la misma, en la calle real, único sobreviviente de los cuatro plantados en ella; musa de inspiración de hermosas piezas musicales y sesteadero, en las tardes soleadas y calurosas del verano,  para el personal de policía que laboraba en la prefectura. Igualmente, fue  sitio de obligada espera para el viajero que  llegaba  allí, pues los vehículos por puesto de la ruta extraurbana tenían  su oficina en la calle González Padrón, aledaña a ella. Además fue testigo presencial, por muchos años, del izamiento y arreo del  pabellón  patrio, teniendo como fondo las  gloriosas  notas  del Himno Nacional entonadas por los agentes policiales y uno que otro civil que se dejaba llevar por cada verso del Gloria al Bravo Pueblo.

            Así mismo, se marchó, para no regresar jamás, el concierto canoro que por aquellos días alegraba, desde la frondosidad de los árboles, a las familias que habitaban en los alrededores de la plaza: la de Rafael Álvarez Romero, Vicente González Oropeza, Don Manuel Vargas, Dr. Alberto Aranguren, Don Ricardo Sutil, Don Juan Zamora Arévalo, Rita Romero, Epitacio Rodríguez, Los Ubieda, Los Rodríguez Celis,  Silvestre Pérez, Rafael Belisario, Eusebia González y Ricardo Escobar, entre otros.

            Aquellos primeros vecinos, los mismos que  fueron  testigos de los cambios que se operaron en la plaza, envueltos en adioses a veces inapreciables y oscuros, también se  fueron;  pero llegaron otros, todos cargados de ilusión,  energía y cariño,  para ser atestantes  del acontecer diario en sus alrededores. Se avecinan ahora: los Tovar, los Yanopulos, los Mathison, los Alayón y los Silva. Con los primeros, se marchó el estruendo y el humo contaminante que salía de los autobuses, ya no se verían más en la calle Guasco, por donde entraban y salían del pueblo. Por allá se fueron un día, llevándose  sus transitorios compañeros de viaje con su vocerío y su carga de alegría. Por allá se fueron, dejando a orillas de la plaza la nostalgia  por el ir sin regreso.


F.- LAGUNAS, JAGÜEYES Y  MOLINOS
  
            La tarde era fresca, el ambiente estaba impregnado de olor a tierra mojada, las hojas de los árboles se juntaban como susurrándose lo que el enamoradizo viento les decía a cada una de ellas. Sin saber por qué, mientras recorría las calles de la ciudad en aquel moribundo ocaso, me dirigí, por la calle Guasco, hacia el este de la ciudad, quizás  buscando revivir, inconscientemente, aquellos días infantiles cuando íbamos a excursionar a la LAGUNA DEL PUEBLO donde pasábamos ratos de verdadera distracción y completo esparcimiento. De repente, ante lo que veían mis ojos, surgió la pregunta necesaria: ¿Qué se hizo la laguna? Y yo, en un taciturno soliloquio, me respondí: La Laguna del Pueblo ya no existe, se secó, sólo quedan recuerdos y un charco que patentiza una triste evocación de lo que ella fue en sus días de esplendor; un pantano que se forma en época de lluvias. Ella era la última de las lagunas de Valle de la Pascua que se conservaba. Las otras que, aunque insanas, también sirvieron para calmar la sed de la población fueron desalojadas por el empuje de la ciudad misma en expansión.

            Ahora mi gente no puede disfrutar de la Laguna del Pueblo, cuya voz azulada apenas  se puede advertir porque el manto verdoso de la bora, así como algunas plantas acuáticas cubren lo poco que queda de ella. Su lenguaje, en aquellos días que se fueron, nos hablaba del trabajo, de la fe y el cariño de los habitantes de la villa, pero se vestía de silencio cuando se trataba de las cuitas vividas en sus orillas para luego reír, con  retozona alegría, al sentir el contacto de la totuma, la tapara, el barril o el chapotear de las bestias cuando mancillaban su seno para abrevar, y del imprudente muchacho que, olvidando que de allí se tomaba agua,  se lanzaba en furtivo  clavado buscando refrescarse.

            Además de la Laguna del Pueblo, otras también dejaron sus huellas en Valle de la Pascua como la LAGUNA DE LA VIGÍA O CAÑO DE LA VIGÍA,  que era la de mayor data. Esta laguna fue la única fuente de agua que dispuso la población durante la época independentista. Se nutría de una de las vertientes de los llamados pocitos o manantiales, que se piensa existieron en la parte alta de la ciudad donde actualmente funcionan las oficinas de la CANTV, los cuales dejaban correr sus aguas en bajada en dos direcciones: hacia el lado sur, por la hoy calle Mascota hasta llegar a verterlas en el caño; y hacia el este, por las hoy calles Guasco y Real, hacia la cuenca de la quebrada de La Pascua, las mismas que años más tarde fueron represadas dando origen a la Laguna del Pueblo.
           
            Esta Laguna de La Vigía fue pieza clave en la estrategia militar realista durante la gesta emancipadora. Con la privación de su vital líquido quisieron los partidarios del Rey, en 1814, rendir a los patriotas sitiados en el lugar, objetivo que no lograron. Por otra parte, en sus alrededores, el año de 1815, los tenientes Gregorio Saldivia y Valerio Muñoz, enviados al pueblo por el General Pedro Zaraza para espiar y obtener información sobre su hijo Pedrito, mantenido allí como rehén por el realista García Luna; apresaron al joven Manuel Martínez, servidor de la corona, cuando se dirigía a la laguna a darse un baño. Este mozo suministró la información deseada y años más tarde, pasó a formar parte del ejército de Zaraza quien lo llamó: “valiente Sargento Martínez”.
           
            La Laguna de la Vigía, ubicada al Sur de la ciudad, fue mandada a secar por la municipalidad, en 1943,  a fin de construir en ese lugar el Hipódromo de los Llanos, hoy desaparecido. Actualmente el sitio está ocupado por el Terminal de Pasajeros  Juan Arroyo.

            Otra que dio frescor a mi pueblo fue la LAGUNA EL ROSARIO,  ubicada hacia el norte de la población, donde actualmente se encuentra el barrio del mismo nombre. Según refiere el Dr. Víctor Manuel Ovalles en su libro Llaneros Auténticos, esta laguna fue mandada a construir a finales del siglo XIX por el General Pedro Arévalo Oropeza,  quien fungía de Jefe  Civil  del  Distrito y  Jefe de los Liberales (Turpiales) en la zona, con la finalidad de abastecer de agua a un vecindario que estaba distante del centro de la ciudad y de las fuentes de agua utilizadas por aquellos días.
           
            Esta laguna se caracterizaba por tener una cruz de madera  plantada en su corazón, símbolo que guardaba muchas incógnitas acerca de su origen. Algunos de los viejos habitantes del pueblo dicen que  el autor del trabajo nunca se conoció y que la razón de su existencia era que en esa laguna perdió la vida, por inmersión, un sacerdote. Otros informan que esa cruz fue construida por el señor  Miguel Ledezma y colocada allí, en 1918, como una manera de proteger al pueblo contra la terrible gripe española que azotó al país en esa época.

            Años después, exactamente en 1945,  esta acequia, igual que la del Pueblo,  fue ensanchada  para hacerle frente a la sequía que confrontaba  la población.  Ella también fue mudo testigo del tesonero trabajo de un pueblo que luchaba por mejores derroteros. En sus alrededores, en la década de los años 20, un grupo de hombres entre los que se contaban Teófilo Bolívar, Vicente Bolívar, Juan M. Loreto, Ramón Pérez, Juan Bautista Carrillo, Jorge Arévalo y José Camero, se dedicó a la alfarería, fabricando ladrillos,  que vendían a un centavo, y tejas cuyos precios oscilaban entre una locha y medio real. 

            Posteriormente, y una vez desaparecida la Laguna El Rosario, la cruz fue trasladada a la calle Los Ilustres, a media cuadra de la Escuela Básica Rafael González Udis, donde permanece y cada año, en Semana Santa, se le adorna con palmas, olivos y flores para recibir el Santo Sepulcro.

            Hoy, cuando  un empujón de los tiempos modernos me llevó al lugar donde estuvo la laguna y donde muchas veces el alba me sorprendió carreteando agua de su seno o jugueteando a lo largo del tapón con los amigos de  infancia: Asdrúbal Cordero, Benjamín González, Pedrito Belisario, Chichí Gómez, Andrés Condales y David Pariaco, entre otros, no me queda más que cerrar los ojos para escuchar, en la lejanía del tiempo, el golpeteo del cuerpo de un infante contra sus inmóviles aguas.

LA LAGUNA NUEVA también asentó su nombre en la historia local. Estaba localizada en la parte norte de la ciudad, y su tapón se ubicaba, hoy,  en la confluencia de las calles Providencia y San Miguel. Esta laguna fue construida  en 1945  como medida remedial  para mitigar la sed que vivió el pueblo para esa época. Sus aguas, además de servir para el consumo humano y para el solaz y distracción familiar, también fueron usadas para la evangelización de los vecinos, pues allí se hacían cultos religiosos.

            Otras lagunas, pequeñas pero de grata recordación, fueron: la de Ño Pilar, que estaba  en un potrero de Don José del Pilar Chávez, ubicado donde coinciden  la Av. Rómulo Gallegos y la calle Atarraya; la del Cardón o de Los Mudos, llamada así porque al norte de la misma vivían dos hermanos que tenían esa discapacidad, ubicada  en el bajo de Chaguaramas, hoy Cristo Rey; La Totonera, en el sector El Rosario, entre calle Atarraya y Retumbo; Las Trenzas, también en el Rosario; la de Playa Verde, en Playa Verde; la Laguna de Baltazar, en Playa Verde, entre las calles Orituco y Esperanza; La  Campito, en Los Bálsamos, en un potrero de Don José Camero; La Centenario, en el sector Guamachal y  La Peruchera, que aún, con desesperado esfuerzo, vive y la encontramos a unos cincuenta metros del Hotel San Marcos.

Con el tiempo, la insalubridad de las lagunas así como las sequías a que se veían sometidas durante los inclementes veranos, obligó a los habitantes del pueblo a buscar otros medios para proveerse de agua, abriendo espacio a los jagüeyes y a los molinos de viento.

            Recuerdan los viejos moradores al jagüey de Don Dimas López, que estaba en un potrero de su propiedad, predio que se corresponde con el sitio donde se levanta el hotel Montecarlo; el del Sr. Padilla, en la calle Descanso, entre Retumbo y Atarraya; el de Manuel María Loreto, en la calle El Roble, entre las calles Atarraya y González Padrón; el de Rigoberto Santaella,  en la calle La Baranda. Igualmente se cuentan: el molino del Sr. Ovidio Salas, en la calle Guasco cruce con Deleite; el del Sr. Pedro García, en la zona del Escorzoneral, entre la Av. Rómulo Gallegos y la calle Esperanza; el de la Morita, en la calle La Morita, entre calles Bolívar y El Roble, el cual a pesar de no cumplir ninguna función, aún está ahí como retando al tiempo; El Calvario, en la calle Atarraya cruce con Leonardo Infante;  el de Polvorín y  uno ubicado en el centro de la calle Guaicaipuro, que fue de los últimos en desaparecer.

            Estos molinos, igual que las lagunas, eran cuidados con esmero por la municipalidad que nombró, para su cuido y vigilancia, Celadores de Lagunas y Molinos.  Entre estos aún se recuerdan: José Arévalo, Juan Alvarado y Cipriano Cedeño (1903), Ramón González (1904), José Romero (1906), Delfín Prado y Andrés Delgado (1907), Luis Ramírez (1912), Salustriano Pérez (1939) y José Coronil (1942). Igualmente se creó el cargo de Inspector de Molinos ejercido inicialmente por Salvador Montalfi.

Pero, a medida que trascurría el tiempo, las lagunas y los molinos resultaron insuficientes para cubrir las necesidades hídricas de la población, por lo que se solicitó al Presidente de la República, General Juan Vicente Gómez, la construcción de un pozo artesanal, tarea que le fue asignada al Ministerio de Fomento y a los Ingenieros Carlos Blaschitz y Enrique Römer quienes entregaron la obra, el 27 de Marzo de 1922, al Concejo Municipal. Esta institución procedió a disminuir en un 5% el sueldo de sus trabajadores para poder costear el mantenimiento del pozo, calculado en trescientos bolívares mensuales.  

A medida que el pueblo crecía exigía servicios acordes al desarrollo, razón por la que el Ministerio de Obras Públicas inició, en 1938, bajo la inspección del Ingeniero Andrés Frágenas los trabajos de construcción del acueducto para suministrar agua en pilas públicas. Sin embargo, el Concejo autorizó, a los interesados, a conectarse al acueducto pagando por el servicio diez bolívares mensuales.

El acueducto de la ciudad se terminó de construir en 1941, con un costo aproximado de Bs. 853.298,35 y ese mismo año se inauguró con el siguiente personal: Mecánico, Ricardo Moreno, devengando un sueldo de 600 bolívares al mes; Vigilantes: Luis Valiente, Luis García y Agustín Aguilar, con sueldo de 144 bolívares c/u al mes y como Encargado de Llaves, Gabriel Martínez que ganaba 44 bolívares mensuales.

No obstante,  en la construcción del acueducto no se previó dejar pozos de reserva por si acaso el agua suministrada por los artesanales faltaba como, efectivamente, sucedió en 1945, cuando estos se secaron y solo dos de ellos quedaron activos. La población enfrentó una situación de verdadera emergencia, que obligó a la municipalidad a racionar el agua cerrando las plumas públicas que estaban ubicadas en las esquinas: El Refugio, El Bambú, El Roble, El Carmen, en la Calle El Ganado y en la Casa El Llanero. Esta situación trajo, nuevamente, a las calles a los olvidados aguadores que sobre sus burritos, cargados con  barriles,  volvieron a la Laguna del Pueblo y  suplieron, por un buen tiempo, aquel deficiente servicio. Como se dijo previamente, ante la apremiante situación se ampliaron las lagunas: Del Pueblo y El Rosario y se construyó La Nueva para, en camiones cisternas aportados por el INOS, surtir de agua a la colectividad. Tal situación  obligó a pensar en la necesidad de construir una represa, planteamiento que le fue hecho el 20 de Marzo de 1945, a su paso por Valle de la Pascua, al General Isaías Medina Angarita para entonces Presidente de la República,  quien prometió  realizar los estudios necesarios para tal fin.

            Efectivamente, ese mismo año, el Ingeniero Rafael Vegas León proyectó la construcción de la obra, la cual se ejecutó en 1946 mediante un contrato del Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) con la Empresa Venezolana de Inversiones C.A. (VICA), siendo el Ingeniero constructor, Ángel Graterol Tellerías. Así empezó la represa “El Corozo” a servir al acueducto de Valle de la Pascua.

            Años después, y a medida que las poblaciones cercanas empezaron a servirse de la represa El Corozo, ésta resultó insuficiente, imponiéndose la necesidad de una fuente de agua potable de mayor capacidad. Así se contrató a la empresa Ermo-Sanoja-Valladares Excavadora, para la construcción de una nueva represa, obra que se terminó en 1966, al retener el Río Tamanaco en el sitio Playa de Piedra, a unos 30 Kms. de Valle de la Pascua. Esta es la primera presa que colecta las aguas de la Cuenca del Unare. 

            Actualmente la Represa de Tamanaco está en servicio con una capacidad máxima de 246.500.000 metros cúbicos a su nivel máximo.

G.- LOS CAMINITOS DE ANTIER

            La Valle de la Pascua de hoy, la Princesa  del Guárico, dejó atrás su pasado de cenicienta; de pueblo pequeño con calles empedradas o de tierra, inundadas de “pelo de indio”, de “paja conejera”  y de otras gramíneas, que aún entre las piedras, buscaban el aire y el sol. Aquel soleado pueblo, cuyos pocos habitantes estaban inmersos en un mundo fantástico, pleno de leyendas, cuentos de caminos, tradiciones y recuerdos, se fue perdiendo por el llamado progreso. Atrás quedaron las dulceras con sus exquisitos productos caseros como el alfeñique, torta de topocho, biscochitos de manteca, polvorosas, pancitos rellenos con dulce de topocho, caracolitos, chupetas de cucharita y las botellitas de chicha tapadas con hojas de naranja. Así mismo, ese pregonado progreso se llevó, también, a los pregoneros; aquellos que, con hermosas melodías, anunciaban sus ventas de: cachapas, quesos, conservitas, hallacas, teretere y pan de horno por las apacibles calles a las que solo ese voceo y los ladridos de los perros, despertaban de su bucólico vivir. Igualmente se marcharon las loceras, cuyas ágiles manos hacían del barro verdaderas obras de arte en forma de jarras, pimpinas, tinajas, budares y un sin fin de vasijas. Y mucho menos se escuchan los aguadores con su algarabía matutina cuando, en ancas de sus burros, iniciaban la tarea diaria de  buscar el líquido vital.

Con aquellos, también, se fueron las posadas alumbradas con velas de esperma, lámparas de carburo o con las modernas cóleman, a gasolina o kerosén. Atrás quedaron los aguamaniles, los tinajeros, las banquetas y unas cuantas anécdotas perdidas en sus habitaciones,  pasillos y paredes. Fueron sustituidas por modernos hoteles dotados con luz eléctrica y otros servicios proporcionados por la tecnología de esta época; y  las pocas casas que conservan su estilo tradicional han ido desapareciendo arrastrando, en su caída, un pasado lleno de gloria y del más puro linaje para dar paso a construcciones acordes al nuevo estilo arquitectónico.

            Las añejas calles, aquellas de los “pocitos”  y  boñiga mojada en invierno, y asoleadas y polvorientas en verano, cambiaron su figura y hasta la denominación; y las esquinas, que habían sido bautizadas por el propio pueblo, también borraron sus nombres de la nomenclatura. Ya nada es igual. El pueblo, trazado desde sus primeros tiempos en cuadrículas rectangulares con las calles orientadas en sentido norte-sur  y  este-oeste, dejó atrás su placida vida  y, por allí,  por donde antaño transitaban reses, bestias y burros, ahora se ven raudos vehículos de diversas marcas y modelos.

            Los recuerdos afloran con nostalgia y refrescan  la memoria de los nombres de calles y esquinas que se hicieron familiares, pero estos, cual humo empujado por el viento, emprendieron un viaje silencioso  con el agravante que fue  sin regreso.


                                   CALLES


     AYER                                                        HOY
           
Calle las Coleaderas
Calle Abajo
o Avenida Táchira                             Av. Rómulo Gallegos

Calle Buena Vista                              Calle Paraíso

Calle Real                                          Calle Real

Calle El Sol                                        Calle Guasco

Calle El Corso                                   Calle Descanso
           
Calle El Zamuro        
o Camino Real
de la Nueva Barcelona                       Calle Las Flores

Calle Zaraza                                       Calle Bolívar

Calle Deleite                                      Calle Deleite

Calle Camaleones                              Calle Camaleones

Calle El Recreo                                  Calle Retumbo
Calle La Candelaria                          
Calle El Comercio
O Calle Sucre                                     Calle Atarraya

Calle San Rafael                                Calle González Padrón

Calle Rondón                                     Calle Shettino

Calle El ganado                                 Calle Mascota
Calle El Hipódromo
O Calle La Vigía                                Calle El Vigía

Avenida Norte 1                                Calle Leonardo infante

Avenida Norte 2                                Calle los Ilustres Próceres


ESQUINAS
                                              
En la Avenida Rómulo Gallegos
                                  
            AYER                                    HOY

Esquina La Gran Vía                         Av. R.G.   c/c   Av. Libertador
Esquina El Crimen o
Las Tres Rosas                                 Av. R.G.   c/c   Deleite
Esquina Los Tres Chorros                 Av. R.G.   c/c   Camaleones
Esquina Cujialito                                Av. R.G.   c/c   Retumbo
Esquina El Carmen                            Av. R.G.   c/c   Atarraya
Esquina El Polvorín                            Av. R.G.   c/c   González Padrón
Esquina La Música                             Av. R.G.   c/c   Shettino
Esquina La Mascota                           Av. R.G.   c/c   La Mascota
Esquina Los Paragüitos                       Av. R.G.   c/c   Manapire


En la Calle Paraíso

      AYER                                                   HOY

Esquina Cantarrana                            Paraíso   c/c   Deleite
Esquina El Magüey                            Paraíso   c/c   Camaleones
Esquina Puerto Arturo                       Paraíso   c/c   Retumbo
Esquina Hotel Caracas                       Paraíso   c/c   Atarraya
Esquina La Canastilla                        Paraíso   c/c   González. Padrón
Esquina Palo Negro                           Paraíso   c/c   Shettino
Esquina La Florida                
o El Cotoperí                                     Paraíso   c/c   Mascota
                       
En la Calle Real

       AYER                                        HOY

Esquina Alto de la Laguna                Real   c/c   Av. Libertador
Esquina El Arenal                              Real   c/c   Deleite
Esquina El Salto                                Real   c/c   Camaleones
Esquina La Casa Amarilla                 Real   c/c   Retumbo
Esquina La Candelaria                       Real   c/c   Atarraya
Esquina Mata Palo                             Real   c/c   González Padrón
Esquina El Mamón                            Real   c/c   Shettino
Esquina El Limón                              Real   c/c   La Mascota
En la Calle Guasco

       AYER                                                    HOY

Esquina Mandilito                             Guasco   c/c   Deleite
Esquina El Caimán                            Guasco   c/c   Camaleones
Esquina La Baranda                          Guasco   c/c   Retumbo
Esquina La Torre                               Guasco   c/c   Atarraya
Esquina El Tesoro                              Guasco   c/c   González Padrón
Esquina La Aurora                             Guasco   c/c   Shettino
Esquina Los Pocitos                          Guasco   c/c   Mascota

En la Calle Descanso

      AYER                                                      HOY

Esquina El Mango                             Descanso   c/c   Deleite
Esquina El Camarín                           Descanso   c/c   Camaleones
Esquina Salsipuedes                          Descanso   c/c   Retumbo
Esquina San Juan                               Descanso   c/c   Atarraya
Esquina San Rafael                            Descanso   c/c   González Padrón     
Esquina El Paradero                          Descanso   c/c   Shettino
Esquina Descanso
o Esquina La Fraternidad                  Descanso   c/c   Mascota


En la Calle Las Flores

       AYER                                                     HOY
           
Esquina La Cruz Verde                     Flores   c/c   Deleite
Esquina La Iguanita                           Flores   c/c   Camaleones
Esquina El Retumbo                          Flores   c/c   Retumbo
Esquina La Piedad                             Flores   c/c   Atarraya
Esquina Sucre                                    Flores   c/c   González  Padrón
Esquina Las Flores                             Flores   c/c   Shettino
Esquina El Yunque                            Flores   c/c   Mascota


En la Calle Bolívar

      AYER                                                      HOY

Esquina Los Mota                              Bolívar   c/c   Deleite
Esquina Los Camaleones                    Bolívar   c/c   Camaleones
Esquina Molino Viejo                         Bolívar   c/c   Retumbo
Esquina La Atarraya                           Bolívar   c/c   Atarraya
Esquina La Voz del Llano                   Bolívar   c/c   González Padrón
Esquina El Martillo                             Bolívar   c/c   Shettino
Esquina La Vigía                                Bolívar   c/c   Mascota


En la Calle Leonardo Infante

      AYER                                                      HOY

Esquina El Calvario                                       Leonardo Infante c/c Atarraya
Esquina La Paz                                              Leonardo Infante c/c Retumbo
Esquina El Choque                                        Leonardo Infante c/c Camaleones

                                              
            Esas esquinas, simples en su nomenclatura oral y pueblerina y, quizás, poco significativas para muchos a quienes sus nombres no le dicen nada, son testigas de una vida campestre, rústica y bucólica; reservorios de hermosas y ricas tradiciones, de historias y de leyendas que, en la generalidad de los casos, se convirtieron en la razón de las denominaciones con que se les conoció.

            Así pues, empecinados como estamos en preservar la historia local, el ayer de esta tierra generosa, ofrecemos, a continuación, algunos retazos de viejos recuerdos que, aunque dormidos para los jóvenes,  retozan, como un valioso tesoro,  en cada una de ellas.

ESQUINAS DE LA AVENIDA ROMULO GALLEGOS

Esquina La Gran Vía:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Av. Libertador)

            Los moradores de la ciudad no han dejado que muera el nombre de La Gran Vía,  el cual, como algo especial, aún pervive en la conversación cotidiana. Obedece dicho nombre al hecho de que esa intersección era el punto de partida de las vías hacia Tucupido, Las Campechanas, El Socorro, Zanjonote, Las Canoas y hacia la zona montañosa de Tamanaco, cercana a Valle de la Pascua.

Esquina El Crimen o Las Tres Rosas:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Deleite)

            Debe su primigenio, y nunca querido, nombre  a un acto criminal ocurrido en ese lugar a comienzos del siglo XIX, en el cual una dama fue brutalmente asesinada.  El nombre de El crimen fue sustituido por Las tres rosas, herencia de un comercio del mismo nombre que estableció en el lugar el señor Belén Álvarez.

Esquina Los Tres Chorros:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Camaleones)

            Los viejos moradores cuentan  que en esta esquina, en época de lluvias, convergían tres fuertes chorros de agua que formaban una gran charca, la cual dificultaba el tráfico vehicular, hasta tanto el agua buscaba su corriente natural, pendiente abajo, hacia la  Laguna del Pueblo. De allí su nombre.

Esquina Cujialito:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Retumbo)

            Se le dio ese nombre por ser paso obligado hacia el potrero Cujialito, uno de los viejos mini fundos aledaños al pueblo.

Esquina  El Carmen:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Atarraya)
           
            Muchas de nuestras esquinas tomaron el nombre de sus habitantes. Esta es una de ellas. Debe su nombre a  José del Carmen González Iorondo, popularmente conocido como Don Carmen, quien ejerció, empíricamente, como médico y farmaceuta, servicios que prestaba en su casa de habitación  ubicada en esta esquina. El tiempo se llevó consigo la casa colonial construida por Don Carmen y dio paso a otras viviendas más humildes, entre las que se contaba la de Don Rafael (Chicho) Chávez, quien estableció en ese lugar  la, hasta hoy muy conocida  empresa Funeraria La Pascua,  pionera de esa rama comercial en la ciudad.

Esquina  El Polvorín:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  González Padrón)

            Otras de nuestras esquinas se bautizaron atendiendo a ciertas características del lugar, tal como sucedió con El polvorín, cuyo nombre surgió del olor característico a pólvora quemada que se percibía en su entorno, dado a que en dicha esquina funcionaba una armería donde se reparaban escopetas y revólveres, al tiempo que se cargaban cápsulas para dichas armas.

Esquina la Música:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c  Shettino)

            El pueblo le dio ese nombre, motivado por las notas armoniosas que se enredaban en el ambiente una pianola de manilla y rollos que había en un bar ubicado en esta esquina. En cada rollo había una melodía diferente que podía variar su ritmo dependiendo de la velocidad con que se girara la manivela. Era muy visitada por los bohemios y parranderos de siempre.

Esquina la Mascota:
(Av. Rómulo Gallegos  c/c Mascota)

            Se desconoce la razón del nombre, pero lo que si se sabe es que en este lugar existió un bar propiedad del señor Miguel Carrillo, donde, generalmente,  se reunían los jugadores de béisbol para refrescarse, con  cerveza, después de las prácticas cotidianas que realizaban en la placita de los motores, ubicada en la intersección de las calles Leonardo Infante con Mascota.

Esquina Los Paragüitos: 
(Av. Rómulo Gallegos  c/c Manapire)          
           
            Heredó el nombre de la estación de servicios de gasolina establecida en ese lugar. En ella funcionó, también, una  fuente de soda con sus  mesas y su respetivo tapasol que eran colocadas en la calle. Los usuarios aprovechaban a refrescarse mientras se les prestaba el servicio. Hasta esta esquina, precisamente, llegaba el poblamiento y cincuenta metros más adelante se encontraba una alcabala policíal.
           
            La Avenida Rómulo Gallegos, principal arteria vial de Valle de la Pascua, fue bautizada con este nombre el 1963, siendo  Presidente de la República Don Rómulo Betancourt y gobernador del estado, el Sr. Juan Manuel Barrios. Esta Avenida ostentó anteriormente el nombre de Avenida Táchira, denominación que le fue dada por el Sr. Francisco Herrera Mata, el 1949, durante la conmemoración de la llamada Semana de la Patria. Antiguamente fue conocida por los pobladores como calle Las Coleaderas, debido a que durante las fiestas del pueblo cerraban las bocacalles con tallos de bambú y la transformaban en manga de coleo.

ESQUINAS DE LA CALLE PARAÍSO

Esquina  Cantarrana:
(Paraíso  c/c  Deleite)

            Este cantarino nombre se debe a la proliferación de batracios que, en los charcos que se formaban en ese sector en época de lluvia, ofrecían su croar espontáneamente, impregnando el ambiente de desafinadas notas.
            Hasta esta esquina llegaba el poblado, ya que hacia el este estaban los potreros propiedad del Sr. José María Cachutt.

Esquina  El Maguey: 
(Paraíso  c/c  Camaleones)

            Su nombre deriva de la renombrada gallera El Maguey, la que, a su vez, hacia honor a una planta conocida con ese nombre que existía en el lugar. Entre esta esquina y El salto, en la calle Camaleones, por allá por 1938, se instaló el primer generador eléctrico con que se iluminó parte del poblado. Aún mucha gente recuerda al “gordo Darío”, zaraceño que se desempeñó como operador de la planta.

Esquina  Puerto Arturo:
(Paraíso  c/c  Retumbo)

            Como dijimos, era muy común en nuestro pueblo dar nombres a las esquinas, bien por las personas que allí moraban, por los comercios que existían o por algunos detalles característicos de las mismas. Tal es el caso de esta, la cual tomó su nombre del establecimiento comercial propiedad del señor Prudencio Herrera quien explicaba que dicho nombre fue motivado por la ciudad China, ubicada en la provincia de Laoming,  inconquistable en las guerras de de ese país

Esquina Hotel Caracas:
(Paraíso  c/c  Atarraya)

            En esta esquina funcionó durante largo tiempo el, probablemente, primer hotel  establecido en Valle de la Pascua: Hotel Caracas,  el cual le legó su nombre. Dicho establecimiento ocupó el lugar donde hoy se encuentra la farmacia Infante.
           
            El Hotel Caracas fue fundado por la señora Delia Cherubine y luego pasó, sucesivamente, a manos de Rafael Estrada, Rafael Poleo y el Señor Azuaje, quien contrató como administrador a Alfonso Melo. Era una casa grande y fresca, donde las comodidades estaban representadas por aguamaniles, banquetas, chinchorros de moriche y otras.

Esquina  La Canastilla:
(Paraíso  c/c  González Padrón)

            El nombre de esta esquina obedece a que en la misma habitaban dos damas muy conocidas  que se ocupaban de la elaboración de cestas, canastos y canastillas, usadas, entre otras cosas, para la recolección de leguminosas y de maíz.
           
            Esta esquina es reservorio de pasajes históricos, tal como el que se escenificó el 23 de junio de 1831 cuando por poco, producto de borracheras, ocurre un enfrentamiento bélico entre las tropas que escoltaban al General José Antonio Páez y las del General José Tadeo Monagas, oficiales que se citaron en esta población  para firmar acuerdos de paz y finiquitar los deseos de Monagas de separar al oriente del resto de Venezuela. Tal enfrentamiento se produjo cuando el Capitán de caballería Juan Antonio Moronta, partidario del General Páez, planeó al Capitán Gil Abad Palma, que era monaguero, pero gracias a la intervención del comandante vallepascuense Gabriel Álvarez, de la escuadra del General Julián Infante, no hubo nada que lamentar.
           
            En este mismo lugar, el año 1901, por orden del General David Gimón se aprehendió al ciudadano Pedro Rafael Zapata, quien fue posteriormente fusilado en el paredón del cementerio viejo. Zapata capitaneaba un grupo de hombres calificados como  “guapos de barrio“, junto a sus secuaces: José Ismael Toro, que fue pasado por las armas en dicha esquina, y Miguel Camaripano que logró escapar y contar con muy buena suerte  porque años más tarde estaba como Comisario en el caserío Santo Domingo Requenero, al sur de Valle de la Pascua.

Esquina  Palo Negro:
(Paraíso  c/c  Shettino)

            Aquí funcionó, hace años atrás, una pesa, es decir una venta de carne de porcino y de bovino que era propiedad de los señores Alfonso López y Saturnino Arévalo, quienes detallaban la carne por cuartas (2.875 kilogramos) según la costumbre de la época. Esta pesa tuvo por nombre Palo Negro. Ella  asimiló el nombre de ese comercio.

Esquina La Florida o Esquina El Cotoperí:
(Paraíso  c/c  Mascota)

            La Florida fue el nombre que le dio, en la nomenclatura, el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS). Este sector es el de mayor altura de la ciudad, razón por la que se instaló allí el primer deposito de agua potable, bautizado por el pueblo como La caja de agua, la misma que hoy se encuentra vacía, solitaria, muda y testiga de aquellos días.

            En esta esquina existió una gallera que fue cerrada en 1927, por orden del Jefe Civil del Distrito, como respuesta a la solicitud hecha por el Sr. José Isabel Hernández, cuyo solar colindaba con dicho establecimiento.


ESQUINAS DE LA CALLE REAL
 Esquina  Alto La Laguna:
(Real  c/c  Av. Libertador)

            Recibe esta denominación porque allí comenzaba la hoya de la Laguna del Pueblo, pequeño lago que en el pasado representó una importante fuente de agua para el consumo humano y que hoy es sólo una fuente inagotable de recuerdos, que muchos trasmiten, oralmente, a quines no la conocieron. Las aguas que alimentaban este pequeño embalse provenían en su mayor parte de las lluvias y corrían de la parte alta de la ciudad vertiéndose, a través de  la calle Guasco y del “zanjón  El Caimán”, en dicha laguna.
           
                                                           Esquina  El Arenal:
(Real  c/c  Deleite)

            El suelo de esta esquina era muy arenoso, lo que hacia bastante difícil la movilización por esa zona, tanto a pie como en vehículo. De allí la génesis de su nombre.

Esquina Real o El Salto:
(Real  c/c  Camaleones)

            En esta esquina la municipalidad instaló, en 1901, un molino de viento como medida para contrarrestar la terrible sequía que afectaba al pueblo. Igualmente, se recuerda que en ella funcionaron, simultáneamente, cuatro bodegas de nombres: El salto, Tamanaco,  La creciente y  La salvación, cuyo dueños eran: Don Jesús Silva Carpio, Don José María Rubín, el señor Antonio Aguilar y el señor Luis Jaramillo.

            El humor y la imaginación del llanero dejaron escuchar unos versos sobre esta situación, los que muy pronto se hicieron populares:

Cuando en el puente des
EL SALTO como un macaco,
y caigas al TAMANACO
le caes al muelle de enfrente.
Pela el ojo Camarón
que aquí está LA SALVACION,
si te lleva LA CRECIENTE.

Hay en La Pascua una esquina
que es digna de admiración,
Tamanaco, La creciente
El salto y La salvación.


Esquina La Casa Amarilla:
(Real  c/c  Retumbo)

            Adopta esta denominación por una casa de comercio del mismo nombre, propiedad del ciudadano libanés  Salomón Garzón, quien tenía como ayudante a su sobrino Aaron Benchetrit. Este joven se graduó de médico y tuvo una destacada actuación en 1918  cuando se desató en el país la pandemia, influenza española, dengue o sencillamente peste.
           
            Benchetrit, que había llegado a Venezuela a los 14 años de edad, trató el mal como un virus intestinal y no pulmonar, por lo que recetaba aceite de ricino o de tártago, medicamento que se popularizó de tal manera que la gente, cuando llegaba a las farmacias pedía, simplemente,  un  “Benchetrit”,  por aceite de ricino.

Esquina La Candelaria:
(Real  c/c  Atarraya)

            Llamada así porque en esta esquina existió una imagen morena de la Virgen de la Candelaria,  figura que fue desplazada del lugar cuando Doña Rita Romero construyó allí la casa de dos plantas que aún subsiste. La casa conocida como casa vieja fue adquirida por el Sr. Abraham Isaac a comienzos del siglo XX y fue escenario de la tragedia entre los hermanos Isaac Díaz. En ella funcionó una de las primeras agencias automovilísticas que se establecieron en Valle de la Pascua: Automotores la Pascua, cuyo presidente - gerente fue el Sr. José Antonio Álvarez Hernández y, posteriormente, una agencia de loterías que fue administrada, por mucho tiempo, por Don Ernesto Alayón, razón por la que los vallepascuenses comenzaron a nombrarla esquina de Alayón.

Esquina  Matapalo o de Ballesteros:
(Real  c/c  González Padrón)

            Recibió el nombre de Matapalo porque en ella existía un frondoso y centenario árbol de matapalo; y de Ballesteros, porque allí  vivió Don Nicolás Ballesteros. Aquí  abrió sus puertas una casa de comercio del Sr. Miguel Ortuño en la cual se expendían víveres y textiles, empresa que  fue pasto de las llamas quedando totalmente destruida, pero fue reinstalada, gracias a una colecta que se hizo en el pueblo solidario con el Sr. Ortuño por el alto aprecio que le tenía la colectividad. Luego operaría una heladería llamada Eureka que,  por esas cosas inexplicables, tuvo el mismo fin del negocio que le antecedió. También funcionó en esta esquina, la Agencia del Banco Caribe. Quizás sí hubiesen continuado los mismos hechos, la chispa pueblerina la llamaría: la quemazón.

Esquina  El Mamón:
(Real  c/c  Shettino)

            Alude su nombre a un vetusto árbol de mamón que existió en el sitio. En esta esquina  inició sus labores la oficina  de Telégrafos Federales de Venezuela, en la que se desempeñó como telegrafista  el Sr. Luis Correa y, luego,  Don José Martínez. También, en esta esquina se inauguró la agencia de automóviles Pontiac, gerenciada por los señores Rafael Álvarez Romero y José María Soto. Además fue  sede del Banco Unión, antes de ser trasladado a  la  Avenida Rómulo Gallegos.

Esquina  El Limón:
(Real  c/c  La Mascota)

            Allí había un fructífero y espinoso limonero que cayó abatido por la sierra del progreso para dar paso a nuevas edificaciones.

            La calle Real aún mantiene su nombre, el cual le fue dado, desde los inicios del pueblo,  por tradición colonial.

ESQUINAS DE LA CALLE GUASCO

Esquina  Mandilito:
(Guasco  c/c  Deleite)

            Obedece tal distinción al hábito que tenían los vecinos de secar las prendas de vestir, en los alambres que demarcaban los límites de las casas del sector. A esta ropa de  uso diario, y por ende deteriorada,  se le da el nombre de  mandil. De allí su nombre.

Esquina  El Caimán:
(Guasco  c/c  Camaleones)

El sabio pueblo le llamó con ese nombre porque la casa ubicada al noreste de la misma posee unos desagües,  en la cornisa, que  tienen forma de boca de caimán. En este lugar laboró la Entidad de Ahorro y Préstamo Guárico-Apure, y posteriormente, La Vivienda.

Esquina  La Baranda:
(Guasco  c/c  Retumbo)

            Su nombre hace honor a la antigua casa edilicia, la cual estaba protegida en su totalidad por una baranda. Dicha edificación era propiedad del señor Pedro Ledezma, quien se la cambió al Concejo Municipal por otra que la Corporación estaba construyendo. La transacción se hizo efectiva  el 20 de diciembre de 1923. Aquella bonita casona desapareció y dio paso al edificio actual donde funciona, administrativamente, la Alcaldía. Esta esquina es asiento, también, de la Sociedad Socorro Mutuo, institución creada en 1923 e iniciada laboralmente bajo la presidencia del Sr. Julio Pérez y la vicepresidencia del señor Dimas López.

Esquina  La Torre:
(Guasco  c/c  Atarraya)

            Es la esquina, sin temor a equívocos, con mayor tradición histórica de nuestra ciudad. En ella se asienta La Catedral Nuestra Señora de La Candelaria y, diagonal a esta, existió una antigua edificación de dos plantas que, se dice, fue residencia del Teniente de Justicia español y, más cerca nuestros días, del Vicario Pedro José Miserol y posteriormente de Ricardo Sutil. Hoy funciona en ella la casa de comercio: La Llanerisima que era propiedad de Basilio Yanopulos y hoy, representada por sus herederos.

            En el sureste se encuentra una espaciosa casa de tejas donde estuvo el abasto El Sol de Oro y en la que vivieron las hermanas González Del Hoyo y Arzola,  descendientes de Don Pedro José del Hoyo y Arzola y de Juan González Padrón,  de los primeros pobladores de Valle de la Pascua. Estas hermanas eran propietarias del esclavo Concepción González, el mismo que condujo a José Félix Ribas en su huida, después de la derrota de Úrica (05-12-1814),  y lo llevó hasta el sitio de Las dos palmas en el caserío Jácome, hoy jurisdicción del Municipio Leonardo Infante. González  guió,  también, a integrantes de la  tropa del Teniente de Justicia de Tucupido,  Lorenzo Figueroa (Cuto Barrajola) hasta el sitio donde se ocultaba el General Ribas, quien fue hecho prisionero y conducido a Tucupido donde lo decapitaron el 31 de Enero de 1.815.

 Esquina  El Tesoro:
(Guasco  c/c  González Padrón)

            Su nombre procede del establecimiento comercial de Rafael Álvarez Romero:  El tesoro, el cual funcionó en la esquina hoy ocupada por el Bar Restaurant El Mastranto. Al frente, hacia el sur, el Licenciado Vicente González Oropeza abrió, en  1904, la Farmacia Marcano, y en el sureste estaba el almacén de Don Manuel Vargas. Cerca de esta esquina operaba la Central de Teléfonos del Oriente del Guárico, empresa promovida por Simón Zamora Hernández y  Luis Adolfo Melo, la cual  buscaba  conectar al caserío Las Mercedes del llano y a los Municipios El Socorro, José Félix Ribas y Leonardo Infante. En el mismo lugar laboró la Publicidad Guárico y una oficina de la empresa Petróleos Caracas que era dirigida por el Geólogo, norteamericano,  Thomas Wikander.

Esquina La Aurora:
(Guasco con Shettino)

            Se dice que en esta esquina hubo un cementerio llamado “La Aurora”. Razón de su nombre. 

Esquina  Los Pocitos:
(Guasco  c/c  La Mascota)

            Su denominación se debe a la existencia en el sitio, años atrás, de dos aguadas a las que el pueblo llamó los pocitos. Estas aguadas corrían desde el alto en sentidos diferentes: una hacia el sur, por los terrenos que hoy ocupa el cementerio viejo, la calle Mascota y esquina El Martillo para desembocar en el llamado  Caño de la Vigía;  mientras que la otra bajaba por la calle Guasco para caer en el Zanjón  El Caimán, el mismo que al ser represado dio origen a la Laguna del Pueblo. En esta esquina se construyó el viejo hospital Guasco y actualmente es sede del  edificio  de la Compañía Nacional Teléfonos de Venezuela  (CANTV).


ESQUINAS DE LA CALLE DESCANSO

Esquina  El Mango:
(Descanso  c/c  Deleite)

            El nombre deriva de un frondoso árbol de mango que había en una casa cercana a la esquina, en la cual habitaban las familias Álvarez y Gabante,  quienes eran especialistas en preparar hervidos de gallina, que vendían al público dos o tres veces por semana. Allí también se celebraban, frecuentemente, fiestas amenizadas por orquestas populares. En esta esquina, en el sitio donde se levantó, posteriormente, la casa del Sr. Rómulo Méndez, funcionó la oficina de la Compañía Venezolana de Inversiones (VICA) la cual fue visitada en 1944 por el General Isaías Medina Angarita, Presidente de la República para la fecha. En la actualidad es asiento de dos agencias funerarias: La Fe y Fraternidad.


Esquina  El Camarín:
(Descanso  c/c  Camaleones)

            Tal denominación  surge  porque  en  1918  llegó  a  Valle  de  la  Pascua  la  Compañía Dramática Teatral  Zapata, cuyo tenor,  el señor Rafael Pellicer Viana, alquiló una habitación en esta esquina para que sirviera de camerino a los actores y cantantes, es decir que allí se cambiaban de vestuario y se maquillaban antes de cada función. Este hecho hizo que el pueblo bautizara la esquina como Camerino, y más tarde, por deformación  de la palabra: Camarín. Algunos años después funcionó aquí la oficina de Correos de Venezuela, y hoy, la Farmacia  La Fe.

Esquina Salsipuedes:
(Descanso  c/c  Retumbo)

            Según la conseja, el nombre obedece al hecho de que en cierta oportunidad, habiéndose efectuado un velorio en la esquina El Camarín, dos borrachitos que regresaban de madrugada a sus casas, cayeron en un zanjón que había en la esquina siguiente. Uno pudo salir rápidamente, y el otro, que no podía hacerlo por sus propios medios, pidió ayuda a su compañero quien, en medio de su tremenda borrachera, solo atinaba a decir: Compadre ¡sal si puedes, sal si puedes! El hecho fue ampliamente comentado por el pueblo que bautizó la esquina con ese nombre.

Esquina  San Juan:
(Descanso  c/c  Atarraya)

            Esta es una de las pocas esquinas que tenía nuestra ciudad con nombre de santo, a pesar de su acendrado catolicismo. En ella, en 1906, en solar cedido por el Concejo Municipal, los señores Gaspar García Aguilar, Rafael María Belisario y Ramón Morean construyeron la armadura del proyectado teatro Sucre, el cual no se concluyó; sin embargo, en esa esquina  se realizaron las primeras proyecciones cinematográficas, en un improvisado cine que funcionó en casa de Juan Pío Oropeza, la cual disponía de un extenso patio, ideal para tal fin y a donde llegaban los vecinos amantes del arte  cinematográfico, portando sus propios asientos, situación que era aprovechada  por los muchachos de entonces para ganarse algunas lochas y hasta medios, cargando sillas. Así mismo este lugar fue el escenario donde se presentó,  en 1918,  la  Compañía Dramática Zapata con un elenco integrado por Rafael Pellicer Viana, tenor y actor;  Zapata, actor, y una cantante de apellido Ramírez, que llamaban “La Quijanito”,  quien interpretaba, preferentemente, tangos.
           
            Igualmente, la esquina San Juan fue sede de: la Escuela Federal Leonardo Infante, la cual laboró, en la misma casa de Juan Pío Oropeza; del cine Royal,  empresa creada por los señores: Miguel Ángel García y Rafael Pellicer Viana e inaugurada en 1930 y de una especie de cervecería donde el cantante mejicano Pedro Infante, la noche de su debut en Valle de la Pascua, ingirió unos cuantos palos para “calentar el buche”.

Esquina  San Rafael:
(Descanso  c/c  González Padrón)

            Su nombre le fue dado por la calle San Rafael. Ayer fue asiento de una herrería y un estudio fotográfico del Sr. Julio Pérez. Allí también estuvo la casa de la familia Hernández Barrios, una acogedora y solariega vivienda la que había sido construida por el General Santos Hernández hace mas de cien años atrás, fue, lamentablemente, derribada el 2006.

Esquina  El Paradero:
(Descanso  c/c  Shettino)

            El nombre de esta esquina, el cual se hizo muy familiar, no se ha borrado de la memoria del pueblo, que continua nombrándola de esa manera. Fue sede del  bar El paradero,  propiedad del Sr. Juan Bolívar, y antes de El paradero funcionó en el lugar la molienda y trilladora de maíz propiedad  del Sr. Luis Manuel Arévalo, de quien se afirma haberse adelantado a la técnica de fabricación de la harina de maíz precocida.


Esquina Descanso o  La Fraternidad:
(Descanso  c/c  La Mascota)

            Bautizada así por ser el final de la calle Descanso, la cual desemboca en el antiguo cementerio. Los integrantes del cortejo fúnebre acostumbraban  hacer una pausa en esta esquina con el fin de  descansar antes de cargar nuevamente el ataúd al interior del      camposanto. La calle originalmente se llamó: calle El Descanso eterno.


ESQUINAS DE LA CALLE LAS FLORES

Esquina  La Cruz Verde:
(Flores  c/c  Deleite)

            Esta designación viene dada porque una de las construcciones aledañas a la esquina tenía una cruz en la parte alta del tejado y, frecuentemente, los dueños del inmueble la pintaban de un estridente color verde. La presencia de la cruz convirtió la esquina en escenario de velorios de cruz de mayo que, por la concurrencia y organización, se hicieron muy famosos

Esquina  Las Iguanitas:
(Flores  c/c  Camaleones)

            Se desconoce el origen de este nombre tan singular, pero lo que si se sabe, es que el mismo se popularizó y se arraigó en el pueblo, tal como se evidencia en la siguiente copla que circuló hace tiempo atrás:
            La esquina e’ las Iguanitas
                                                          no la veo de buena gana.
              “Manamás”, rajuñao e’ tigre
               y Pancho Gómez, de iguana .

En esta misma esquina se estableció el Sr. Rito Quereigua, cuyo apellido también la identificó.  Posteriormente lo hizo el Sr. Pancho Gómez.

Esquina El Retumbo:
(Flores   c/c  Retumbo)

            Se desconoce la razón del nombre. En ella funcionaron los Tribunales de Justicia, la agencia de automóviles Forllano C.A. propiedad de Francisco Mikuski y  posteriormente de Omar Camero Zamora. Igualmente, en esta esquina, en la llamada casa de la Acera Alta, propiedad del Sr. Juan de Jesús Díaz Requena, funcionó, en 1919, el Colegio privado Eduardo Blanco y, en 1928, la Escuela Federal Graduada Leonardo Infante. Actualmente deja escuchar su voz en esta esquina, la emisora, Ambiente 96.1 F.M.

Esquina La Piedad
(Flores  c/c  Atarraya)

            Se desconoce la razón del nombre. En este lugar  funcionó un establecimiento comercial que expendía gasolina Wico  y  Kerosén. Allí funciona ahora  el  Centro Comercial Atarraya.

Esquina  Sucre:
(Flores  c/c  González Padrón)

            Allí existió una casa comercial registrada como Sucre, y los viejos moradores, por el uso y costumbre,  le trasmitieron el nombre a la esquina. Funcionó, con el correr de los días, en esa esquina,  la Oficina del Banco Agrícola y Pecuario, que se inició  bajo la gerencia del señor Manuel Obregón. Hoy conseguimos las oficinas de IPOSTEL.

Esquina  Las Flores:
(Flores c/c Shettino)

            El origen de su denominación está, probablemente, en las hermosas trinitarias que existían en una de las casas que formaban la esquina, las cuales se expandían hacia la calle dándole vistosidad y colorido al entorno. En este lugar tuvo su sede el Fondo Nacional de Investigaciones Agrícolas (FONAIAP).

Esquina  El Yunque:
(Flores  c/c  La Mascota)

            Su calificativo viene del taller de  herrería El yunque que fue instalado en ese lugar.

            La calle Las Flores se conoció antiguamente como calle El Zamuro, nombre tomando del barrio del mismo nombre.


ESQUINAS DE LA CALLE BOLIVAR

Esquina Los Mota:
(Bolívar  c/c  Deleite)

            Se le bautizó con este nombre por la alpargatería Mota, la cual aún existe. En el lado noreste de la esquina se acondicionó un terreno municipal  para practicar béisbol, al que  se llamó Estadio Bolívar. Esta denominación se arraigó, rápidamente, y motivó para que se rebautizara la calle Zaraza como calle Bolívar.

Esquina Los Camaleones:
(Bolívar  c/c  Camaleones)

            Según  la tradición oral, en esta esquina existió un árbol de jabillo donde vivían  dos camaleones que descendían, de vez en cuando, a beber agua de la que corría de los patios vecinos. Estos reptiles llegaron a formar parte del paisaje vecinal y eran conocidos por todos los habitantes de la zona. Un mal día, no se sabe cómo ni por qué, los animales aparecieron muertos al pie del árbol que les servía de albergue. Se cuenta que fue tanto el revuelo que causo este hecho que hasta  el Jefe Civil  de turno,  Pedro Arévalo Oropeza, ordenó la investigación del caso, la cual, a la postre, no arrojó responsables. Estos animalitos, cuya muerte se convirtió para la prefectura y su cuerpo detectivesco en un cangrejo, dieron nombre a la Esquina.

 Esquina  Miguel Díaz o Molino Viejo:
(Bolívar  c/c  Retumbo)

            En esta esquina operaba  un negocio, de larga data, propiedad del Sr. Miguel Díaz, hombre sumamente sencillo y muy apreciado por sus clientes y amigos, cualidades que permitieron bautizar la esquina con su nombre.

Esquina  La Atarraya:
(Bolívar  c/c  Atarraya)

La denominación, La Atarraya, proviene de un comercio fundado en este sitio, por el Sr. Cecilio Moreno. Con el tiempo  el nombre se hizo extensivo a la esquina y a la calle, tal como se conserva en los actuales momentos, a pesar que en 1924, por acuerdo municipal y como homenaje al General Antonio José de Sucre, en el centenario de la Batalla de Ayacucho se le dio el nombre de calle Sucre.

Esquina La Voz del Llano:
(Bolívar  c/c  González Padrón)

            El vallepascuense Napoleón Rengifo instaló en esta esquina un negocio de víveres con el nombre: La voz del llano, el cual, pasó a identificarla. Este nombre se ha conservado a través de los años, tanto en la esquina como en las casas de comercio que se han establecido en ella.

Esquina  El Martillo:
(Bolívar  c/c  Shettino)

            Su nombre viene dado por la propia forma de la esquina: semejante a  un  martillo.  Antiguamente se le había  conocido  como  la  esquina  de Botalón de Agua  y era el sitio donde se amarraban los caballos participantes en las carreras que se organizaban en el  Hipódromo de Los Llanos, ubicado al frente a ella.

Esquina La Vigía:
(Bolívar  c/c  La Mascota)

            Debe su nombre a su cercanía al Caño de la Vigía.

ESQUINAS DE LA CALLE LEONARDO INFANTE


Esquina: El Calvario
(Leonardo Infante c/c Atarraya)

            En esta esquina existió la capilla El calvario, la cual fue construida por el padre Juan Santiago Guasco, para prestar atención espiritual a los vecinos del barrio San Miguel.


Esquina: El Choque
(Leonardo Infante c/c Camaleones)

            Debe su nombre al bar El choque, propiedad de Isaac Rodríguez.

 OTRAS ESQUINAS:

Esquina El Esfuerzo:
(González Padrón  c/c  Ilustres)

            Toma su nombre de un comercio de víveres propiedad del  señor José Manuel Carrillo, caracterizado por ofertar una amplia gama de productos y por poseer una numerosa clientela, tanto urbana como rural. Los días feriados y los domingos, el señor Carrillo cargaba un arreo de burros con todo tipo de mercancía y se iba para los caseríos  a venderle a aquellos que, por una u otra razón, no podían venir al pueblo. Actualmente, familiares del extinto Carrillo mantienen en operación una carpintería-ebanistería.

Esquina: El Charro Negro:
(Mascota  c/c  San Miguel)

            Esta esquina es de reciente data. Su nombre, como casi todas, se debe al bar y al mismo tiempo casa de cita que se instaló en ella: El Charro Negro.

Es importante resaltar que entre los habitantes del pueblo siempre hubo inquietud por dar nombres de próceres y/o de sitios históricos a las calles de la Princesa.  Un ejemplo de ello fue la propuesta que presentó a la Cámara edilicia, en 1912, el Concejal Jesús María Álvarez Jaramillo, la cual se aprobó unánimemente dentro de aquel hemiciclo, pero fuera de él se perdió en las calles soleadas. Igual solicitud se presentó en 1937, ahora por parte de los empresarios, comerciantes y trabajadores en general. El Concejo Municipal respondió comisionando a los Concejales Manuel María Sánchez y Rafael Pellicer para que levantaran el plano de la ciudad y así proceder a la nueva nomenclatura de las calles; pero nuevamente la intención quedó solo en deseos.

            Algunos nombres de nuestras calles dicen muy poco para las nuevas generaciones,  pero tienen la esencia  de la villa que las vio nacer y  las aquerencia por siempre y  se resiste a perderlas. El paso inexorable del tiempo, sin embargo, ha borrado la mayoría de aquellos nombres de esquinas y calles, y con su acción renovadora impulsa otros.


 H.- SITIO Y BATALLA DEL VALLE DE LA PASCUA

            Se vivía el mes de febrero del año 1814 aciago, por demás, para los patriotas. El Libertador Simón Bolívar, que hacía grandes esfuerzos en el centro del país para salvar la República, llama en su auxilio al General Santiago Mariño que se encontraba en  Aragua de Barcelona. Este, inmediatamente, se pone en contacto con los Generales Manuel Piar y Pedro Zaraza, y deciden prestar la  ayuda requerida.  Mariño y  Pedro Zaraza parten a cumplir su objetivo, mientras que  Piar lo haría posteriormente. En Valle de la Pascua, Mariño comisiona a Zaraza para comandar el Cantón de Chaguaramas con la misión de conseguir caballos y reses, que Piar pasaría buscando para abastecer  al ejército del centro, mandato de fácil cumplimiento para el “taita”, no solo por ser Chaguaramas una región rica en  ganado vacuno y caballar, sino también porque Zaraza gozaba de mucho aprecio e influencia en la zona.
           
El 20 de marzo de 1814, Zaraza se encontraba en los montes de Manapire, en cumplimiento de la orden recibida, cuando Juan José Rondón, guariqueño y para esa fecha  ganado a la causa realista, lo atacó.  Zaraza ripostó el ataque y pudo vencerlo, pero Rondón no se dio por vencido y 21 días después, o sea el 11 de abril, ataca de nuevo a Zaraza que ahora se encontraba en Valle de la Pascua, pero esta vez lo hace acompañado de Lorenzo Figueroa (Barrajola). Una vez más,  Zaraza les enseña como se pelea en el llano y nuevamente  conquista la victoria.
           
            Estas dos derrotas, en menos de un mes, propician lo que sucedería posteriormente: la Batalla de La Pascua. Una vez conocidas las noticias de los dos triunfos de Zaraza, los realistas planifican un ataque conjunto,  para lo cual se unen tres cuerpos enemigos: de Orituco,  Don Bartolomé Martínez;  Juan José Rondón, de Espino, y Lorenzo Figueroa (Barrajola), de Tucupido.
           
            Es así como el 20 de mayo de 1814,  encontrándose Pedro Zaraza en Valle de la Pascua  a la espera de Piar,  es informado que Bartolomé Martínez viene sobre el pueblo. Ante tan delicada e inesperada situación, Zaraza, con la esperanza de la pronta llegada de Piar y no teniendo otra alternativa, ante un enemigo superior en número, se atrinchera y se fortifica con fosos y estacadas de madera. La población vallepascuense también lo hace con la tropa de Zaraza participando en la guerra, sin desearlo. Por su parte el ejército enemigo, que estaba al acecho, se limitó a rondar y  espiar cada movimiento de los patriotas. Estos, dentro del pueblo, esperaban el ataque con resignación, mientras que los realistas, el momento oportuno para, como aves de rapiña, caer sobre su pequeña presa.

            Cuenta Lorenzo Zaraza, en su libro La Independencia en el Llano, que al día siguiente, 21 de mayo, a las 8 de la mañana aproximadamente, se presentó en Valle de la Pascua, por el camino de  Mamonal,  entrada suroeste de la población, el ejército  del General José Tomás Boves, constante de 2000 hombres al mando de Bartolomé Martínez, al que se había sumado, en el mencionado caserío,  la tropa de Juan José Rondón. Este ejército se enfrentaría a  300 patriotas, según datos aportados por  el Parte de Guerra emanado del Cuartel General de Valle de la Pascua, el 26 de mayo de 1814,  firmado por el Secretario Eusebio Afanador,  y  publicado en la Gaceta de Caracas del jueves 9 de junio de 1814. Es de hacer notar que aunque en este Boletín del Ejército 2do. de Oriente  no se señala a Bartolomé Martínez como comandante de la tropa,  fue él quien se enfrentó a los valientes republicanos que con su sangre regaron la tierra, abonando  la simiente  de la libertad y de la gloria.
           
            El comandante Martínez, que conocía la pequeñez numérica de la guerrilla y la consideraba empresa fácil, lanzó sus tropas a tomar la plaza; sin embargo, encontró unas trincheras bien defendidas que le causaron muchas pérdidas, pero los patriotas también tuvieron bajas lamentables. En las primeras horas del asalto murió el segundo jefe de las fuerzas, Lorenzo Zaraza y sus dos hijos, Eugenio y José Antonio, quienes al ver una de las trincheras comprometida y amenazada por la presión de los asaltantes, pusieron sus pechos de balaustre para su defensa y murieron en ella. Martínez, ante este rechazo, inesperado, de los patriotas, decide cambiar la estrategia y opta por sitiar  al pueblo, de manera que nadie entrara ni saliera de él,  y así  rendirlos, irremediablemente, por el hambre y la sed al impedirles el acceso al Caño de la Vigía que era la única fuente de agua  disponible para esa época.
           
El alto al fuego alertó a Zaraza porque intuía que los realistas estaban tramando una nueva ofensiva, lo que le preocupó sobremanera pues,  aún estaban a la espera de Piar. De alli que, sin perdida de tiempo y como buen estratega militar, redobla la vigilancia y se prepara, de nuevo, detrás de las trincheras a la espera, de un momento a otro, del ataque de los soldados del Rey. Ese día 21 de mayo, no hubo paz en Valle de la Pascua ni en sus habitantes y menos en sus defensores. El temor estaba reflejado en cada uno de los rostros. Se esperaba un nuevo ataque, y hasta la misma muerte.    

            Pleno de angustias, amaneció día 22. En el sitio reinaba, como es natural,  el nerviosismo y comenzaba a sentirse la ausencia de la comida y del agua. El jefe patriota, que había resuelto enfrentar al enemigo dentro de sus trincheras  contando con  la ayuda de Piar, se equivocó. Piar tardaba más del tiempo previsto. Por su parte los realistas, encabezados por  Bartolomé Martínez, asechaban. El Caño de la Vigía estaba fuertemente custodiado por un nutrido número de artilleros a la espera que los patriotas, doblegados por la sed, salieran a buscar el preciado liquido para cazarlos como animales. Por si esto fuera poco, incendiaban los alrededores del sitio, por periodos de tiempo, para que el calor, el fuego, la sed y el desespero los obligara a abandonar sus trincheras.
           
Pero, una vez más, los realistas se equivocaban. El valiente pueblo vallepascuense se mantenía dentro de sus trincheras, valor aupado por, entre otros, los tenaces patriotas:
Capitanes: Antonio Manzano, José Antonio Ron, Pablo Ruiz, José Félix Hernández, Juan López, Miguel Saldivia, José Ignacio García, y Salomón Calderín. Estos dos últimos desempeñaron un papel verdaderamente significativo para el posterior desenlace de aquella delicada situación.
Tenientes: Juan Alcalá, Antonio Alemán, Francisco Guevara, Francisco Barroso, Pedro Figuera, Lorenzo Remigio, Felipe Hernández, Agustín Leal y Gerónimo Urquiola.   
Sub Tenientes: Lorenzo Machado, Bautista López, Pedro María Lamas, Ignacio Alfonso, José Siso, Domingo Perdomo y Fulgencio Fagundez.
           
Además, contaban con el heroísmo de Julián y Leonardo Infante, José María Zamora, Cipriano Celis, Belisario, Ledezma, Camejo, Calderón, Machuca, Alfonzo, Cuárez, Machado, todos militares del llano; los hermanos Santiago, José María y Luis Suárez, caraqueños; los turmereños: José Antonio, Andrés y Feliciano Pérez. Todos oficiales distinguidos, cuyos nombres nunca podrán ser borrados de las páginas memorables de la historia grande.
           
El día 23 de mayo, después de tres días de combate,  incendios, hambre, sed y de fustigamiento por parte del enemigo, la situación de los sitiados era, verdaderamente, desesperada; pero el Todopoderoso, que no abandona a sus hijos, envió una ligera llovizna suficiente para llenar las zanjas de las trincheras, donde pudieron mitigar la sed y sosegar los ánimos. El General Pedro Zaraza empezaba a sentirse impotente para tranquilizar a su gente, por lo que, entrada  la noche, el comandante se reunió con sus oficiales, en consulta de guerra, exponiéndoles la necesidad de comunicarse con Piar y notificarle la situación en que se encontraban. Esta era una misión delicada y riesgosa por el implacable asedio a que estaban sometidos; sin embargo, a sabiendas de los peligros que implicaba el cometido, los capitanes José Ignacio García y Salomón Calderín se ofrecieron para llevarla a cabo. Así, los valientes oficiales, después de ser provistos de los mejores caballos, pusieron en práctica la estrategia planeada: simular la deserción de las filas patriotas y el paso a las realistas. Aproximadamente a las diez de la noche, los oficiales saltan las trincheras y, entre un seguido fuego de artillería al aire por parte de sus compañeros, se dirigen, vitoreando al Rey, en veloz carrera hasta llegar al campo enemigo. El propio Bartolomé Martínez sale al encuentro de los supuestos fugados, pues quería informarse sobre la situación de los patriotas. Los capitanes manifiestan su disposición a hablar, pero piden les dejen tomar agua primero  porque se estaban muriendo de sed.  Los realistas los dejan ir hacia el Caño de la Vigía de donde, una vez traspuestas  las últimas filas realistas, emprenden una veloz carrera por el camino que conduce hacia Chaguaramal de Perales (Zaraza). A la distancia, seguros que los disparos no tendrían efectividad y sumergidos en la noche, dejan escuchar  un ¡Viva la Patria! y el disparo de un trabuco que era la señal convenida para informar el éxito de la operación. En la plaza, los sitiados que estaban pendientes de la señal, gritan  de contento porque, por lo menos, la encomienda iba al encuentro de Piar.

            Al día siguiente, 24 de mayo, los capitanes José Ignacio García y Salomón Calderín después de recorrer, sin descanso, 22 leguas llegan a  Chaguaramal de Perales. A su arribo, se informan que Piar ya se había movido hacia Valle de la Pascua, pero por otro camino por lo que, inmediatamente, emprenden el regreso. Redoblan la marcha con titánico esfuerzo, pues  no habían dormido, descansado ni comido, pero para aquellos hombres todos los sacrificios eran pocos cuando de la patria se trataba. Por fin, después de haber andado,  a galope tendido, todo el día logran, por la tarde, darle alcance a unas seis leguas de Chaguaramal de Perales,  en el sitio conocido como Camoruco o Higuerote donde acampaba y, con la premura del caso, le comunican el encargo de Zaraza.

            Enterado Piar de la situación en que se encontraba Zaraza y su tropa, ordenó a sus subalternos levantar el campamento y se dirigió a Valle de la Pascua en marcha forzada durante toda la noche. Al amanecer, ante el cansancio que se apoderó de la infantería, Piar optó por apartar, en el sitio de Los Morrocoyes, 200 hombres con la mejor  caballería y 200 infantes que montó en las grupas de aquellos, y siguió al pasitrote dejando el resto de la tropa a la retaguardia, pero en marcha para reunírsele en Valle de la Pascua.

            De esa manera, el 25 de mayo, llegó Piar, con sus 400 soldados, al sitio conocido como Fogoncito, lugar que ubicamos hoy en la salida hacia Tucupido, cerca del peaje.   Ahí se detuvo y envió soldados de su espionaje a buscar información acerca de los sitiados, así como a alertarlos de su llegada. Los espías se acercaron a las trincheras y dejaron escuchar el clarín de guerra, el cual sonó, para los sitiados, como una diana victoriosa y un mensaje de lucha y muerte para los realistas. Un grito entusiasta de los patriotas salió de las trincheras en reto de venganza contra sus enemigos, quienes no esperaban a Piar por aquella vía y creyeron que la gente de inteligencia era la vanguardia por lo que se compactan, aceleradamente, formándose en batalla al sureste de la población, mientras que los sitiados se preparan para salir de sus improvisados parapetos.

            Aproximadamente a las  3 de la tarde, se presenta la División de Orientales en el alto de la Laguna de La Vigía  donde Piar, levantando la mano y dirigiéndola hacia donde estaban los realistas, grita: “Viva la América libre”,  y con un ademán de su brazo derecho indica que hay que irse al ataque. Cumpliendo la orden, los soldados se abalanzan al enemigo por el frente, mientras Zaraza y los desesperados sitiados lo hacen por el flanco izquierdo y fue una embestida tan ardorosa y encarnizada que sólo bastaron pocos minutos para que los patriotas, inferiores en número pero grandes en corazón, destrozaran a los realistas y los pusieran en huida, la que hicieron vía Jácome.  Los patriotas los persiguen a unas cuatro leguas,  hasta el sitio conocido como “La Parada de Durán”, donde los encontró la noche, y temiendo exponerse a una emboscada, desisten del empeño persecutorio y retroceden a reencontrarse con los que habían quedado en el sitio de batalla.

            Piar con su División acampó en el caserío La Vigía, hoy convertido en un populoso sector de la ciudad, donde permaneció hasta el día 27 cuando, una vez enterado de los reveses sufridos por el ejército patriota en el centro del país,  decidió retirarse al oriente y reagruparse con otros compañeros.
           
            Después de más de un siglo de distancia, en 1983,  para recordar la gesta heroica de los patriotas en suelo vallepascuense, en el lugar donde existió el llamado Caño de la Vigía, espacio hoy ocupado por el Terminal de Pasajeros Juan Arroyo, el Ejecutivo del estado Guárico, bajo al gestión gubernamental del doctor Rafael Ledezma Martínez,  atendiendo sugerencias del conglomerado, construyó la llamada Plaza Piar. Allí se encuentra el busto de  quien se considera el Libertador de Guayana y el salvador, en estos predios, de Pedro Zaraza.

            Ese espacio, reservorio de historia local, es visitado diariamente por gente que entra y sale presurosa. Unos inician el viaje, otros hacen escala o llegan a esta tierra generosa, sin imaginar que en ese escenario muchos compatriotas, con sus propias vidas, contribuyeron a delinear el futuro de la patria.         


CAPITULO II
COSTUMBRES Y PUEBLERIAS


A.- ANIMAS DE LOS CAMINOS


            Valle de la Pascua, como ciudad llanera, no escapa a la condición de ser escenario ideal, y hasta natural, para que florezcan, como el mastrantal en sus sabanas,  los cuentos, consejas, leyendas de espantos, de aparecidos y de ánimas donde lo imaginativo y fantaseador del llanero, aunado a las grandes soledades de los caminos y a las oscuras noches, abonan para que la fantasía se confunda con la realidad. Esto ha contribuido a que se haya formado un vasto bagaje cultural, el cual se ha ido perpetuando, de generación a generación,  mayormente a través de la tradición oral.
        
            A varios años de distancia, con mis recuerdos acuestas, me dejo llevar por la evocación que trae ante mi la figura de la abuela. Aquella viejecita tierna, diminuta, de blanco pelo que, en algunas tardes hinchadas de emoción y envueltas en un viento pesado y caliente se sentaba en su vieja silla de fabricación casera y con voz pausada como quien no tiene prisa ni espera nada, nos reunía, al grupo de muchachos que felices atendíamos al llamado, para “echarnos unos cuentos”. Aquello lo  disfrutábamos sobremanera, aunque en muchas oportunidades nos levantaban de allí para llevarnos a nuestro lecho aún sin terminar la conseja, por cuyo final preguntábamos bien temprano; y siempre recibíamos la misma respuesta: - quien te manda a dormilón -. Nos contaba sobre los muertos que, por no poder descansar en paz, indicaban mediante una luz el lugar donde habían dejado enterrados sus tesoros; acerca de las ánimas al borde de los caminos que concedían favores a los transeúntes, según la creencia popular, a cambio de misas, cruces, rosarios u otros ofrecimientos.

            De eso hace cierto tiempo, cuando éramos muchachos y ocupábamos los ratos libres en jugar, entre otras cosas: “Las cuarenta matas”, “El paralizado” y  béisbol;  o en extasiarnos con los relatos  de la abuela, cuentos que nos aceleraba el corazón y nos llevaba después, a atisbar en la lejanía la aparición de alguno de los personajes de las narraciones. Sin embargo, ni el embate del tiempo, ni el progreso ha podido borrar estas creencias que matizan la existencia del pueblo.
        
            De la misma manera, se mantiene la costumbre de colocar cruces en los lugares donde ha fallecido una persona por lo que es común observar, al borde de los caminos reales y carreteras, cruces de madera; unas bien hechas, otras rústicas, amarradas con bejucos, tiras o con cualquier cosa que sirva para sujetarlas,  plantadas sobre promontorios de piedras, donde, según la creencia popular, permanece el anima hasta tanto se le perdonen los pecados. Por tal razón, al pasar cerca de ellas, los caminantes se persignan y lanzan una piedra al pie de la cruz para librarse de la posible compañía del difunto. Otros se detienen a rezar o a implorar un favor que, de ser concedido, es obligante cumplir con la promesa. De esa manera, empezó a correr, de boca en boca, la fama de milagrosas de diversas animas, a las que, generalmente, se nombran por el sitio donde se ha fijado la cruz, más que por el propio nombre del fallecido.

            Así se hicieron muy populares y visitadas:  el  “Anima de la Vuelta del Cacho”, en La Vigía, carretera hacia Corozal; el “Anima del Toco”, en la vía hacia Las Campechanas;  el   “Anima de Calderón”, en la carretera nacional Valle de la Pascua-El Socorro; el “Anima del Muertico”,  en la carretera  Valle de la Pascua - Santa Rosa de Ceiba Mocha,  los “Muertos de Semillita”, en la vía hacia la represa El Corozo; y el  “Anima del Pica Pica”, cuya fama se ha divulgado a nivel nacional y se encuentra en la carretera  Valle de la Pascua - Chaguaramas.
        
            Se cuenta que, en la vía que conduce de Valle de la Pascua hacia Chaguaramas, al frente de la llamada Laguna Azul existió, hace años atrás, una posada conocida como Monte Azul, sitio obligado para el reposo y el descanso de transeúntes, comerciantes y arrieros  que transportaban mercancías o ganados hacia el centro del país y en cuyos potreros podían las bestias abrevar y pastar de manera segura. A ese parador llegó José Zambrano, arriero a quien el paludismo no le permitió continuar el viaje con sus compañeros, pero si tomar otra ruta, cuyo destino no se supo.

            Al cabo de cierto tiempo, llegó a ese hostal  otro  arriero  a quien, en noche tenebrosa,  se le dispersaron los burros. En la búsqueda, nada fácil por la oscuridad reinante y por el copioso aguacero, tropezó con una osamenta que estaba  debajo de una temida mata de pica pica. Un rayo de luz le permitió determinar que era humana,  y  sus creencias y fe lo impulsaron a rezarle una oración y pedirle ayuda para recuperar sus burros, ofreciéndole, a cambio, darle cristiana sepultura e identificarlo con una cruz.

Dice la tradición oral, que el aguacero arreció haciéndose más profunda la oscuridad y que esta fue cortada, de pronto, por un relámpago vivito que iluminó aquella estancia y le permitió ver allí,  como por arte de magia, a todos sus animales agrupados. ¡El ánima le había hecho el milagro!, y el hombre, aún sin salir de su asombro, también cumplió lo convenido: sepultó los restos y clavó una cruz de pica pica en el sitio de la inhumación.
        
            El fenómeno fue, ampliamente, comentado en la posada y lugares aledaños. Los viandantes, en su diario peregrinaje, iban publicitando, cada uno a su manera, lo que ellos llamaban “un verdadero milagro”. El hecho se conoció en todas las fronteras del país y así como la noticia se dispersaba, asimismo comenzaron a llegar, de cualquier latitud de la geografía venezolana, atraídos por la fe, los visitantes. Aquellos que transitaban por la vía, así como los moradores de lugares vecinos o alejados, todos venían al sitio bendito  a rezar, a buscar consuelo, a pagar promesas y a encender velas en la tumba de quien, posteriormente, llamaron y conocieron como el  “Anima del Pica Pica”,  identificada como José Zambrano,

            En el año de 1949, el Dr. Rafael Zamora Pérez, Gobernador del estado Guárico, motivado por la gran cantidad de peregrinos que llegaban al lugar, ordenó la construcción de una capilla  más  decente que la que existía. Dicha capilla  fue consumida por el fuego, debido a las múltiples velas encendidas con que los fieles manifiestan su devoción.

            Repuesta la capilla, vuelve a ser pasto de las llamas, el 31 de julio de 1974, y nuevamente reconstruida ese mismo año por colaboradores del pueblo, labor encabezada por la Sra. Antonia Pérez, actualmente encargada del mantenimiento y conservación del oratorio. 
           

            El Anima del Pica Pica ha sido motivo de inspiración de varias piezas musicales y poemas, como esta que le dediqué en 1991

                                                ASI NACIÓ EL PICA PICA
                                   
     I                                                       II
Con el correr de los años                 Y así pasaron los días
la trocha se hace más larga.              siguió mi viejo contando,
Y entre lucha y desengaño                que un arriero encontraría
el hombre el destino traza,                 los restos y un porsiacaso,
y va sembrando los hechos                y como andaba perdido
que luego la historia narra.                 le pidió para enterrarlo,
Y relatándoles esto                            que le encontrara su arreo
que es la verdad sin más nada,          que se le había dispersado;
es el decir de Don Luis                      en una noche sin luna
hombre de mucha palabra,                 de recio y fiero chubasco,
baquiano de soledades,                      de esas que asustan  al hombre
caporal de horas pasadas,                  aunque sea creyente y guapo,
que de animar tempestades                y el poder de la creencia
tiene la voz ya cansada,                     con la luz trajo el milagro,
y una noche de recuerdos                  aún sin creerlo el hombre
cuando menos lo esperaba,                rezó completo un rosario.
me dijo: yo vi a Zambrano                 Arrieros de mil caminos
saliendo de la posada,                       sus penas fueron cargando,
que llamaban “ Monte Azul”.             y entre oración y silencio
Tenía lejos la mirada,                         allí las iba dejando.
y una tristeza en su rostro                  Desde ese día, un consuelo
le noté esa madrugada.                      silente vive enterrado,
No era una pena de amor                   y entre tu pueblo y el mío
lo que a José lo mataba,                     a muchos ha consolado.
y dicen que en aquel tiempo               Anima del Pica Pica,
hasta la vida era carga,                       difunto José Zambrano,
y así se fue cabizbajo                         sigue llenando de paz
sin saber que le esperaba,                   a mis viejos, mis hermanos,
la muerte en un pica pica                     y mientras unos te rezan
donde velamos su alma.                      yo te viviré cantando.


B.- BANDA MUNICIPAL INFANTE

            Mucha bruma se esparce sobre la historia de la vida musical de Valle de la Pascua, empecinada en borrar los vestigios de ese pasado apacible que, en muchas oportunidades, era guiado por los arpegios de cualquier instrumento musical y acompañado por los cantores populares de aquel momento, así como por la Banda Municipal que, domingo tras domingo, atrapaba, en la plaza Bolívar, a los habitantes del pueblo y los dejaba pasearse por sus acompasadas notas. 
           
Durante la segunda mitad del siglo XIX, el padre Juan Santiago Guasco fundó y sostuvo, en Valle de la Pascua, una escuela de música en la cual se formaron destacados ejecutantes y compositores, tales como: Emilio López, Enrique Laya, Pablo Ruiz y otros que, a su vez, continuaron la obra iniciada por el esclarecido sacerdote y,  en conjunto, fueron importantes referencias para que, en mayo de 1904, los señores Jesús M. Gutiérrez, El Licdo. Valeriano López Belisario y Gregorio Méndez Matos sugirieran al Concejo Municipal la organización de una Banda Musical que tocase las retretas los domingos y convirtiera a la plaza en un oasis donde verter el cansancio del trabajo semanal. Para tal fin, pusieron a disposición de la corporación nueve instrumentos musicales con los cuales podía iniciarse la preparación de los futuros músicos. La idea fu recibida con beneplácito y, en respuesta, se aprobó la contratación del Sr. Pablo Ruiz para que se encargara de adiestrar a los noveles integrantes de la banda, la cual hizo su debut el 02 de febrero de 1905, con el nombre de  BANDA MUNICIPAL INFANTE.

Esta agrupación musical se afianzó rápidamente en el pueblo e incluso fue un medio para hacer relaciones sociales, tal como sucedió en noviembre de 1905 cuando se acordó, en sesión del Concejo Municipal, dedicar la banda a los Generales Pérez Bustamante y Manuel Sarmiento, además de los señores C. Arias Sandoval, Gumersindo Rivas y Pablo Ruiz  como muestra de aprecio y reconocimiento.

A la Banda Infante pertenecieron, entre otros, José Manuel Acevedo, Jesús María Orihuela, José Dolores Ramírez, Esteban Ruiz, Hilario Rodríguez  y Ernesto Valiente, de quien se conserva una anécdota que aún los nuevos tiempos no han podido borrar. Se cuenta que Valiente se separó de la Banda sin permiso del director, falta grave que fue notificada, por oficio, al Concejo Municipal. Discutida la novedad, en sesión ordinaria, se aprobó oficiar al Jefe Civil del Distrito para que citara al representante conjuntamente con el alumno, a fin de que este último hiciera entrega del instrumento y del uniforme asignado, como paso previo a su expulsión del seno de la organización. Así de inquebrantable era la disciplina y el orden que imperaba por aquellos días en cualesquiera institución de carácter público o privado.

La Banda Infante, con sus dulces notas, se dejó escuchar por varios años y se convirtió en la protagonista principal de aquellas citas dominicales pero, al paso de los días, un gélido viento desafinó los instrumentos de tal manera que estos dejaron de sonar y la Banda, en un mutis insospechado, guardó las partituras y bajó el telón. Salió de escena y dejó en la plaza un impresionante silencio envuelto en las más disímiles preguntas.

Pero, en 1938 resurge la banda con sus alegres y armónicos compases. Se adquieren nuevos instrumentos y partituras y se nombra como director al Sr. Emilio López, quien legó la batuta a un alumno suyo, Rufo Pérez Salomón, que fue seguido, sucesivamente, por: José Oscar Guerra, Napoleón Bartolano, Aníbal Matute, Freddy Mota, y más reciente, José Flores.

La Banda, ahora conocida por el pueblo como BANDA LOPEZ, contó, además de los ya mencionados, con los músicos: Miguel y Críspulo Monserratt,  Manuel Martínez, Luís Alfredo Contreras, Manuel González y Carlos Montilla, a los que, con el tiempo, se fueron sumando otros ejecutantes, tales como: Ricardo Hurtado, Jesús María Bolívar, Víctor Castro, Maluenga, Bernabé Gómez, Ángel Laya, José Lima y Juvenal Cordero quienes, con el romanticismo de sus aires y la frescura de sus almas, impregnaban las tardes y noches dominicales de serena alegría.

Igualmente, sus melancólicos valses y los tradicionales merengues se dejaron escuchar también en las fiestas patronales del pueblo, así como en las comunidades vecinas, al tiempo que, con sus marchas, daban dignidad a los actos oficiales, y majestad a las procesiones realizadas durante la Semana Santa.

La Banda Municipal, síntesis de la vida común del pueblo, compartía la escena con las orquestas de Rufo Pérez y de José Oscar Guerra, enredando en sus arpegios los espacios de aquel sencillo pueblo. Pero, sin un razonamiento justo por parte de la Municipalidad, se les retiró el exiguo presupuesto, un mal día de 1983. La Banda dejó de filtrar sus melodías, quitándole alegría, movimiento y vivacidad al cierre de la semana. También habían dejaron de sonar las notas bailables de las orquestas de Rufo Pérez y de José Oscar Guerra y dieron paso a grupos más resonantes como: Los Nikel, de Antonio Pérez Rengifo; los Billys` Boy o Séptima Combinación, de Evencio Loreto; Juventud Square, de Carlos Montilla Rivero; Impacto Juvenil, de Juvenal Cordero y el Nuevo Grupo de Tomás Navarro.

No obstante, las notas de la banda no se habían borrado y permanecían gravitando en el ambiente por lo que en 1991, nuevamente, en un esfuerzo por darle brillo al esplendido tesoro de la tradición musical enmohecida en los redoblantes, clarinetes, trompetas, baterías, trombones y saxofones, se buscó reorganizarla. Se logró el objetivo pero, al poco tiempo, el mutismo volvió a cubrirla. Como todo cambia, también lo hizo el romanticismo de aquellos días. Una nueva vida venía requiriendo de otro ritmo y abriéndose paso en el gusto de la gente; sin embargo el reconocimiento hacia aquellos que plantaron la simiente se mantiene invariable; y la esperanza de un renacer, también.
  
C.- LOS AGUADORES

            Por allí pasaban siempre, madrugandito, por la calle Abajo,  de Las Coleaderas,   avenida Táchira, o por la hoy avenida Rómulo Gallegos, formando verdaderas algarabías. Las caravanas de adolescentes aguadores rompían el silencio matinal cuando gozosos, apresurados y llenos de impaciencia se dirigían, montados en las ancas de sus burros y con los barriles atados al sillón, hacia la Laguna del Pueblo en busca del vital líquido, que vendían a los grupos familiares pudientes económicamente.
           
            Casi en perfecta fila india llegaban hasta la Laguna del Pueblo que, al este de la ciudad, los esperaba con sus aguas cristalinas, rodeada por vetustos árboles que se recostaban de su tapón para saciar su permanente sed. Arriba, en la frondosidad vegetal,  un concierto permanente de incomparables cantíos, con armonía sincronizada, regaba, cual frágil y tímida garúa, aquella estancia.
           
            A esta laguna, circundada de arenales, la misma que durante más de medio siglo sació la sed del conglomerado vallepascuense llegaban los aguadores después de establecer verdaderas batallas campales producto de rivalidades causadas, generalmente, por las burlas que hacían  aquellos que, orgullosos, montaban burros de mucha vitalidad, hacia quienes, en monturas famélicas, ocupaban los últimos lugares de la caravana. También competían por la primera posesión de los jagüeyes o  “casimbas”  de la orilla de la laguna, los cuales, durante la noche, se llenaban de agua clara y fresca.

            Estratégicamente, los cargadores de agua de una misma calle o barriada se apoyaban en la lucha, formando verdaderos bandos, como los de “la calle Abajo”, o los de “la calle Atarraya”, que se enfrentaban, bien a puñetazos o con chinas, palos, piedras y pelotas de berro con barro que tomaban de la misma laguna, convirtiéndolos en efectivos proyectiles. Pero estas riñas no constituyeron hechos lamentables y de ellas solo quedaron algunas cicatrices, tanto en la cabeza como en muchas partes del cuerpo de aquellos tempraneros gladiadores. Igualmente dejaron una serie de folclóricos motes que opacaron, por completo, los nombres de pila y acompañaron a sus dueños durante toda su existencia.  De allí que, de aquellas peleas mañaneras,  surgieron  y quedaron por siempre, apodos como: “La Tecueca”,   “Siete Cueros”,  “Burro Negro”, “Caballo Burrero”, “Tordita Jembra”,  “Pata e’ Cartón”;   “Burra Panda”,   “Iguano Macho”, “Perro Fino” “Cotejo”,  y otros que muchos vallepascuences  recuerdan hoy vividamente.
           
            Algunos aguadores de corta edad, que por su constitución física estaban incapacitados para la faena de “pegar los barriles”, es decir alzarlos una vez llenos  y amarrarlos al sillón, se veían en la necesidad de pedir auxilio a los mayores, quienes cobraban una locha, (moneda de 12 ½  céntimos),  por el servicio.
           
            Los aguadores vendían la carga de agua a dos bolívares y muchas veces la cobraban en especie o, simplemente, utilizaban el sistema de trueque. El liquido se depositaba, generalmente, en unas tinajas de barro cocido colocadas sobre una horqueta natural de tres guías, enterrada en el piso de la cocina. De allí se surtía la piedra del tinajero, a la que se le sembraba, por razones de frescor, musgos y helechos. La piedra filtraba, en una tinaja colocada en la parte inferior del mueble, el agua para el consumo. Los vasos, totumas u otro recipiente se llenaban utilizando el remillón, que era una especie de vaso de aluminio con asa larga y  bordes terminados en puntas para evitar, por razones de higiene, que la gente tomara agua en él.
           
            Pero la Laguna del Pueblo no solo recibía la visita de los aguadores, sino también de las vecinas del lugar que se acercaban a lavar la ropa, labor en la que utilizaban el llamado “jabón de ganado”, (manufacturado con grasa de ganado y saponificado con ceniza y agua hirviendo) con el que frotaban la ropa sobre bateas de madera que llenaban con el agua que sacaban con totumas, cuidando no ensuciar dicha fuente.
           
            Con el transcurrir del tiempo y a medida que el pueblo crecía, se buscaron otras fuentes de agua. Se recurrió a los jagüeyes o aljibes, a los molinos de viento; que luego fueron sustituidos por el acueducto instalado por  el Instituto Nacional de Obras Sanitarias (INOS) en 1940. Los aguadores tomaron nuevos rumbos y a la visitada fuente la invadió un profundo silencio. Perdió su alegría cuando se marchó la algarabía de la muchachada. Se alejó el constante coqueteo de las totumas y sus aguas; y de su orilla se perdieron las huellas de las pisadas de los asnos que le herían diariamente. La bora  reinó completamente sobre la superficie tapando, con su manto verdoso, sus cristalinas aguas. Pero, a pesar de todo, la Laguna del Pueblo conservó su encanto y de allá arriba,  de la fronda, de donde surgía el incansable trinar, suerte de concierto hermoso, seguía produciéndose el mismo, ahora sin las interrupciones del ya ido vocerío matutino.
           
            En la década de los 60 del pasado siglo, la Laguna del Pueblo vibró nuevamente de alegría y entusiasmo al ser tomada por estudiantes y docentes del Distrito Escolar Nº. 3, bajo la jefatura del maestro Miguel González Contreras, quienes la llenaron de risas, cantos y  ¿por qué, no?, de uno u otro conato de enfrentamiento;   que, irremediablemente,  hacía recordar  la vocinglería y las reyertas diarias y tempraneras de los aguadores.
           
            La vieja laguna pasó a ser centro del llamado Bosque Escolar Laguna del Pueblo, un acogedor lugar que cumplía fines educativos, recreativos, ecológicos y favorecía la inspiración de los visitantes al manifestarse una relación equilibrada entre el hombre y la naturaleza, pero con el paso del tiempo, aquel bello y nuevo paisaje  también se fue degradando: los jardines se secaron, las chozas y casitas desaparecieron; el cantío fue a anidarse a otros lares y de la vieja laguna, hoy sólo queda un boral que cubre un triste e insalubre ojo de agua..
           
            Ahora cuando rememoramos, creemos escuchar en la distancia el alborozo de los aguadores y revivimos  los hermosos momentos que disfrutamos en ese lugar: los desfiles escolares, los reinados de primavera en aquellos mayos floridos; los actos culturales, excursiones, y las tantas horas dedicadas al estudio o a la lectura acompañados de suave brisa y cómplice silencio.

            Ante esta realidad muchas voces se han vestido de vuelo  para pedir que la Laguna del Pueblo, guardiana de nuestra historia, sea declarada patrimonio municipal, que se rescate y se conserve como pulmón vegetal de la ciudad. A partir del año 2007, el antiguo bosque Laguna del Pueblo retomó, aunque sea por un día, la algarabía, las risas y el entusiasmo de la gente que lo visita durante el Reencuentro ferial de los vallepascuenses. Ojalá que ese vuelo no pase inadvertido ante la vista y oídos de quienes, a veces, no quieren ni ver ni escuchar. ¡Quiera Dios!

 D.- NOMBRES CUBIERTOS DE PUEBLO

         Desde siempre, la historia de  mi pueblo se ha desarrollado bajo una óptica humorística relacionada con hechos y personajes pintorescos y otros que, por algunas características particulares, como: formas peculiares al hablar, vestirse, caminar o comportarse, han sido motivo de chistes, tomaderas de pelo, chanzas, bromas, chuflas y hasta de rebautizo con sobrenombres o apodos  de gran comicidad, muchos de ellos surgidos durante las correrías gozosas en las escuelas.
         
            Recordarlos, por ser producto de la humorística propia del llanero, llena de satisfacción porque la mayoría de los personajes aquí mencionados  son más conocidos por el mote que por el nombre de pila. Así han vivido, viven y trascurrirán sus existencias,  recostados del verdadero nombre.  Aquí  tenemos, por ejemplo; una pequeña lista de ellos:

MOTE                                    NOMBRE DE PILA

Alipuche                                 Vicente Campos
Bachaco                                 Emilio Delgado
Bambi                                     Ramón Valera
Bereco                                    Eulogio Bandres
Bicicleta                                  Freddy Tovar
Birra                                       Freddy Silveira
Boca e’ Vieja                          Salvador López
Bolita                                      Angel García
Cachirulo                                 Ediberto Rivero
Caduco                                   Antonio Sosa
Camuco                                  Humberto Álvarez
Cara e’ Piña                            Silvestre Medina
Carioco                                   Maximiliano Seijas
Cayeya                                   Julio García
Chabelo                                  José Javier Díaz  G.
Chaflán                                   Rafael Bonilla
Cheché                                   José Pérez
Chela                                      Argelia Muñoz
Chema                                    Juan V. Bustamante
Chichí                                     Juana  de Hernández
Chichito                                  Pedro Celstino Díaz
Chicote                                   Israel González
Chimbo                                  Alberto Alonso
Chino Criollo                          Rómulo González
Chío                                       Pedro A. García Leal
Chipo                                     Manuel Matos  Charmelo
Chiriguare                               Oswaldo Ponce
Chispita                                  Luis Guzmán
Chivo Moreno                        Eusebio Moreno
Chivo                                     Luis Vásquez
Chucha                                   María Benavente
Chucho                                   Jesús Pérez
Cigarrón                                  Domingo Pérez
Coco                                       Humberto Campos
Cuchuchá                                Modesto Pulido
Cunaguaro                              Gregorio Hernández
Cutín                                       Carlos Figuera
El Capitán                               Cecilio Moreno
El Chivú                                  Miguel Lamoglia
El Flaco                                  José Gregorio Camero
El Gato                                   Gilberto Hernández
El Mono                                  José Valera
El Negro                                 José J. Rodriguez
El Negro Machete                   Ramón Alvarez
El Ñato                                   Silfrido Olivo
El Ñero                                   Elias Gómez
El Policía                                Josue Márquez
El Pollo                                   Arturo Coronil
El Tarugo de la Caimana         Encarnación Rivero
El Tigre                                   Roosevelt Franquiz
Frijol                                       Alejandro González
Gallineta                                  Antonio Celis
Gato Martínez                         Deogracio Martínez
Gora                                       Alfredo José Tademo
Jalisco                                     José R. Seijas
Jopo                                        Rodolfo Bolívar
Joyopa                                    Manuel Lugo
Juan Cuchara                          Alfedo Yelamo
Juan Ñema                              Juan Álvarez
La Chata                                 Isaura Ledezma
La Chicha                                Leonor Ruiz
La Chinga                               Josefa de Camero
La Muñeca                             Gladis Barreto
La Ñata                                  María de Leucci
La Rubia                                 Arelys H.de Figueroa
La Ruta                                   José  Luis Herrera
Lito                                         Rafael Eney Silveira
Macúa                                    Ramón Piñero
Manga                                    Romelia Ramos
Mariquita                                María M. Palacios
Marusa                                   José Mejías
Mata de Coco                        José Forte
Mata La Gata                         Juan Miguel Higuera
Merecure                                Jesús Martínez
Michicunda                             José M. Alvarez
Miningo                                  Manuel Fernández
Minucho                                 Franco Leucci
Mirandita                                Jesús Miranda
Monito                                   Luis Alfredo Contreras
Mono Alumbrao                     Domingo Gómez
Mono                                     José Mercedes Alvarez
Moruno                                  Juan R. Díaz
Nipio                                      Angel Camacho
Ñaqui Ñaqui                           Luis Euclides Díaz Infante
Ñato                                       Manuel M. Marrero
Ñegin                                     Boanerge Ramírez
Ñema Frita                             José Gregorio Loreto
Pachá                                      Kenor Salomón
Paché                                      Pablo Aurrecoechea
Pal                                          José Rafael Delgado
Palo de Hombre                     Manuel Oropeza F.
Pata e’ Loro                           Eleazar Higuera
Pataruco                                 Emilio García
Pato Negro                             Rómulo Navarro
Pelón                                      Jesús Miranda
Pelusa                                     César Del Nogal
Picure                                     Alberto Moronta
Pionito                                    José Manuel Martínez
Piquito                                    Andrés Eloy Salazar
Pitiminí                                    Bonifacio Valera
Platanote                                José Ramón Ramos
Pocho                                     Maritza Chávez
Puño de Oro                           Juan Díaz
Qué Qué                                 Filiberto Armas
Querido Amigo                       Angel Landaeta Lovera
Ramón Paleta                          Ramón Sánchez Lugo
Ranita                                     Emilio Infante
Renco Tuy                              Antonio Campos
Rómulo                                   Héctor Luna
Sabio                                      Salomón Figueroa
Santa María                            Freddy Camero
Tapa                                       Rafael Bolívar
Titino                                      Martín C. Alvarez
Tocorito                                  Eustoquio Suárez
Tortilla                                    Giovanni Diberardino
Vaquero                                 Israel González

Esta multiplicidad de motes son una muestra de la dinámica cultural
del pueblo, un mosaico de sensibilidades, experiencias y configuraciones sociales, donde el vallepascuense funde su picardía con la tradición.

 E.- POPULARES PER SE

            A medida que transcurría el tiempo, Valle de la Pascua fue modelando su fisonomía y sus moradores fueron afinando sus costumbres, sus recuerdos, sus tradiciones. Formaron una sociedad en la cual participaban, entre otros, criadores, agricultores, comerciantes, vendedores de granjerías, párrocos, dulceras, loceras, pregoneros y los infaltables personajes populares envueltos, unos, en atmósfera de leyenda y otros, en broma, en poesía y hasta en la enajenación mental, cuyos nombres quedaron grabados en una pincelada de recuerdos como personajes típicos pascuenses.
           
Entre esas personas que encarnan parte del espíritu del pueblo tenemos:

MARCIAL CHAVEZ,  hombre humilde nacido a finales del siglo XIX y fallecido en 1980. Habitaba en el populoso sector La Vigía,  donde logró reconocimiento por su habilidad y destreza para fabricar los trompos de madera, con que los jóvenes de la época amenizaban los días  de la Semana Santa. Durante aquellos días era habitual ver, en cualesquiera de las calles polvorientas del pueblo o en el patio de las casas,  a la muchachada “picar una troya”, y a los jóvenes demostrar su puntería ante las “serenitas” o “taratateras” zarandas. Esos trompos, pintados con “túa túa”, pasaron a la posteridad con el nombre de “Marcialeros”, y su sola mención era garantía  de calidad. A muchos, con orgullo, se les escuchaba manifestar: ¡esos los fabrican en mi pueblo! ¡Esos son los marcialeros!

CORITA FRAILE DE DEL CORRAL,  era una mujer voluminosa, de grandes senos y extraordinario sentido del humor. Por muchos años, esta dama, trabajadora y de una notable calidad humana, mantuvo, en la calle Real de la ciudad, un hotel donde también vendía comida criolla, sitio muy concurrido por el gusto exquisito de los platos y por los precios que eran realmente económicos.

BIBIANO AGUIRRE,  ciudadano muy conocido, en la Valle de la Pascua de ayer, por ser lo que se dice un “toero”, expresión ésta que se aplica a la persona que realiza diferentes oficios o, al decir de la gente, hace de todo. Entre sus actividades se contaba la de carpintero, oficio que le permitió demostrar su gran altruismo pues, se cuenta que en varias oportunidades, al ver el paso de cortejos fúnebres en hamacas o chinchorros, resolvía fabricar  urnas de madera que donaba a los familiares del difunto. Era un artista sin parangón en la fabricación y manejo del furruco, como en la elaboración de trabucos y fuegos artificiales que utilizaba para amenizar las fiestas. También era diestro en la producción de arreglos y adornos para las cruces de las festividades de mayo. Y en todas las celebraciones de bailorios de cruz de mayo, allí estaba Bibiano, desde tempranas horas, vistiendo la cruz, adornando el altar y coordinando todo lo concerniente a la entonación de los cantos y la realización de los juegos, según fuera el caso.

PEDRO JOSE HERRERA,  era natural de Espino. El Dr. Rafael Caldera lo apadrinó con el nombre de  “El rey del colesterol”. Hombre incansable para el trabajo, conversador y afable. En la calle Atarraya sur estableció su Restaurant “Primero de mayo”, donde se servía todo tipo de comida criolla incluidas las morcillas, tere tere,  mondongo,  cochino frito,  queso de mano,  suero, palo a pique y otros platos de la gastronomía vernácula.  El Primero de mayo se convirtió en el sitio obligado de nativos y visitantes que deseaban disfrutar de la comida autóctona. El mismo Pedro José atendía a la clientela y lo hacía de manera muy peculiar: se sentaba a la mesa con el cliente, probaba la comida de éste y le  preguntaba: ¿Verdad que está sabrosa?, o partía una arepa, la rellenaba con queso o  natilla y se la comía, no sin antes elogiar el relleno, al tiempo que conversaba de cualquier cosa, especialmente de Rafael Caldera y Luis Herrera Campins de quienes se vanagloriaba ser  amigo personal y, por si acaso alguna duda, mostraba unas fotos colgadas en la pared donde aparecía con los mencionados personajes. Y cuando de cobrar se trataba, él, ante la pregunta: ¿Cuánto debo, Don Pedro?. Respondía: “Qué te puedo cobrar yo por esa pendejada, dame mil”. Así era él.
           
Pedro José Herrera falleció el  08-09-95  y con él se fue también el atractivo del “Primero de mayo”. Hoy el local cambió de ramo.

JUANCITO VALIENTE,  hombre muy dinámico. Se desenvolvió como preparador de cadáveres, enfermero,  comerciante de cochinos y jinete. De esas ocupaciones la que más disfrutaba era la de montar caballos, lo que hacía en el desaparecido Hipódromo de los Llanos, que funcionó  en el  Caño de la Vigía, en el lugar donde posteriormente se construyó el terminal de pasajeros, Juan Arroyo. Uno de sus hijos, Douglas Valiente, siguió sus pasos y fue conceptuado entre los mejores jinetes del país, fama que  llevó allende nuestras fronteras, porque también en la tierra del Tio Sam dejó escrito su nombre en el libro donde sólo aparecen los grandes de la fusta mundial.

JUAN DE LAS FLORES,  ciudadano que el pueblo bautizó con este mote por su original manera de ataviarse para cumplir con su ocupación de cantar coplas a los transeúntes, acompañado de su destartalado cuatro, por lo cual  cobraba  medio real. Juan de las Flores se tiznaba la cara con carbón y usaba un sombrero decorado con una flor de cayena.

MARCIAL NIEVES, fue uno de los albañiles más confiables del poblado, cuya fama disfrutó; sin embargo, cuenta la tradición que trabajaba mejor cuando se “echaba unos palitos”. Habitaba en la Esquina de Cantarrana (Deleite  c/c  Paraíso). Murió en la ciudad de Maracay, estado Aragua

ENCARNACION RIVERO: EL TARUGO DE LA CAIMANA. Nació en el barrio La Atascosa el 25 de Marzo de 1911, de la unión de Dominga Rivero y Pedro Regalado, un arriero que comerciaba con víveres. Desde niño se inició como ayudante de su padre en el trabajo de arriar bestias, el cual cambió más tarde por el ejercicio de la barbería y el comercio de santos y espejos, pero siempre reservaba un tiempecito para otra de sus pasiones, las parrandas. Fue cantante de música criolla, integrante de las parrandas de aguinalderos y bailador de negros, fiesta que se celebraba el día de los Santos Inocentes. El año 1958, cuando frisaba los cincuenta años de edad, fabrica una burriquita con el fin de presentarle a Valle de la Pascua, durante las fiestas populares, esta hermosa diversión oriental. Esta burriquita, con cabeza fabricada  por “El Gallito Vanezca”, miriñaque hecho por el propio “Tarugo de la Caimana” y vestido  confeccionado por la esposa de este, la Sra. Cruz de Rivero, comenzó a recorrer las calles y barriadas de Valle de la Pascua, así como pueblos y caseríos vecinos. Por más de 30 años, la burriquita, el viejo pero sonoro cuatro, el hombre y sus versos, generalmente improvisados, se hicieron sentir y legaron a las generaciones futuras, esta hermosa tradición.


             Cuando lo visité, aquella tarde marcera, me improvisó esta copla que, a decir de su esposa, fue su última cosecha:
Al doctor Pérez Guevara
Le quedan bien sus bigotes
Y las muchachas lo quieren
Pa` tenerlo de padrote.

Su versos han quedado grabados en la memoria del pueblo
                              Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só
Mi mujer es chiquitica
porque la pasmó el verano
pero tiene un quitasueño
que no le cabe en la mano
oi só, oi só
oi só, mi burrita oi só

Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só
Las solteras son de oro
y las viudas son de plata
las casadas son de cobre
y las viejas de hoja  e’ lata
oi só, oi só
oi só, mi burrita oi só

                                                                    Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só
No se que tiene la burra
Pa’ sabé las mañas de ella
El agua que a ella le gusta
Tiene que ser de botella
Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só

Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só
Esta burra que yo tengo
La traje de La Atascosa
Porque los hombres de allá
Me la pusieron mañosa
Oi só, oi só
oi só, mi burrita, oi só


  
            El Tarugo de la Caimana, murió en Abril de 1997 en la Urbanización Las Garcitas, donde residía, pero dejó una  bonita herencia,  patrimonio cultural que otro coterráneo suyo, Claro Vilera, se ha dado a la tarea de perpetuar  con el mismo ahínco, tesón, querencia y cariño con que lo hizo su creador en Valle de la Pascua, Encarnación Rivero.

            A raíz de su muerte y como un tributo al amigo que enalteció la cultura popular, compuse estas décimas:

SE NOS MARCHO ENCARNACIÓN

Se nos murió Encarnación
Rivero, el de La Caimana,
nos legó pa’ divulgarla
una oriental tradición.
La que, con mucha pasión,
difundió por Venezuela,
donde dejaba una estela
de cultura popular,
y que hoy va a continuar
el señor Claro Vilera.

Un buen día en La Atascosa
dio rienda libre a su ingenio,
se buscó a un compañero
y convenció a su esposa,
y esas manos milagrosas
comienzan su cometido:
Doña Cruz, hace el vestido
el miriñaque, Rivero,
Vanezca, cual latonero
le dió cabeza y sentido.

Entre los tres construyeron
la famosa burriquita.
Estando ésta ya lista
dejaron libre el tranquero,
y sin pensarlo le dieron
por camino la nación.
Y ese día Encarnación
la montó por vez primera,
perdiéndose por Venezuela
hombre, cuatro y versación.

El Tarugo e’ La Caimana
ayer temprano se alzó,
y con él se fue el oi só
aquel oi só que gustaba.
Si la burra corcoveaba
el oi só la hacía mansita,
ese grito en Las Garcitas
se enmudeció mi compay,
cerril y que anda poray
buscándolo la burriquita.


TOMAS ALBERTO AREVALO MARQUEZ: CABILLA. Vallepascuense nacido en  1936 y residenciado en la Calle 19 de Abril, cuya manía consistía en amenazar a la gente mostrando el bíceps derecho al tomar el brazo por el codo, al tiempo que exclamaba:  “Pura cabilla, ñero, pura cabilla”. Murió en 1993 en Calabozo, víctima de cirrosis hepática.

MANUEL SALVADOR MARTINEZ: GALAVIS (RANCHO). Nativo de El Socorro. Se desempeñaba como limpiador de tumbas en el cementerio viejo de Valle de la Pascua. Tenía una úlcera incurable en una pierna, a la cual le aplicaba fósforos encendidos. Era amigo inseparable de un garrote con el que amenazaba a los muchachos que le gritaban: Rancho, Rancho, pero nunca llegó a agredir a alguien. Murió el año 1972 en el viejo cementerio donde pasaba buena parte del día.

MARIA LA PREA: MARIA LA DEL M.O.P.
            Enajenada mental que andaba desnuda o casi desnuda por las calles del pueblo. Prácticamente vivía en las instalaciones del M.O.P., de allí su mote. Si encontraba las puertas de las casas abiertas, entraba y se adueñaba de ropas que luego ofrecía en venta, imitando a los comerciantes árabes. Para sacarla de las casas bastaba amenazarla con un baño de agua.

CARMELO GARCIA: UNCIO. Personaje muy popular que recorría las calles del pueblo vendiendo panes que cargaba en un saco colocado a su espalda. Su principal característica  es la de ser muy salamero y al hablar reforzaba las palabras agregándoles el sufijo UNCIO, tales como: Buenuncio, borrachuncio, amiguncio. Cuentan en el pueblo que, un día, Uncio adquirió una bicicleta de reparto donde cargaba los panes y  con la que auxiliaba a cuanto borrachito encontraba sentado o acostado en cualesquiera de las calles de la ciudad: a quienes preguntaba: ¿Qué pasa uncio? ¿Está borrachuncio?, y diciendo esto procedía a montarlo en el cajón de la bicicleta y se perdía, según dicen, para el cementerio viejo. La gente tomó esto en serio y cuando veían a alguien que estaba medio tono, le decían: - Lo va a agarrar Uncio. - Seguruncio que va a parar al cementeruncio, y después no se haga el locuncio-.

 BELEN ALVAREZ: EL NEGRO BELEN.  Persona de gran jococidad que dejó un amplio anecdotario. Tenía una bodega en la llamada esquina Las Tres Rosas,  antes, El Crimen, en la intersección de la Av. Rómulo Gallegos con Deleite. En esa bodega, Belén vendía gran variedad de mercancía incluyendo licor que despachaba, cuando era por trago,  en unas totumitas.

LUIS ALFREDO CONTRERAS: MONITO. Nació en Julio de  1.916  en el Caserío  El Juajual, municipio Ribas. Desde temprana edad se radicó en Valle de la Pascua, donde dedicó su vida a la noble tarea de enseñar la ejecución de los instrumentos musicales: Cuatro, Mandolina y Violín.

           Las clases las daba a domicilio o en su hogar en la Urbanización Las Garcitas, hasta que, ya en avanzada edad, se estableció en la Casa de la Cultura Lorenzo Rubín Zamora donde organizó una estudiantina que dirigió hasta el momento de su muerte.

            Fueron muchos los Vallepascuenses que se iniciaron en el campo musical de la mano prodigiosa de este humilde maestro.

JOSE MARIA MEJIAS: MARUSA. Vallepascuense, del barrio  El Zamuro donde nació el 28 de agosto de 1928. Es un “Toero” de la vida: pintor de brocha gorda, albañil, plomero, tapador de goteras, músico (toca arpa, cuatro, guitarra y maracas) y además, es destacado deportista en las disciplinas de béisbol y  softbol, deporte este último que estuvo practicando hasta que sus condiciones físicas se lo permitieron.  En referencia a él,  se popularizó en el pueblo la expresión: ¡Qué marusada!  para referirse a una salida fuera de lugar como las que, cotidianamente, acostumbra José Mejías.

             Entre los instrumentos musicales que ejecuta muestra preferencia por el arpa, con la cual amenizó muchas fiestas familiares y populares. La de él se caracteriza porque tiene escrito, en un costado,  el siguiente mensaje: SE COGEN GOTERAS A DOMICILIO, y en el otro lado, su dirección de habitación. Hoy ya no juega, casi no toca y está jubilado como entrenador deportivo en el Stadium Rosendo Segura. Vive en el barrio El Rosario en compañía de su numerosa familia.

MAURICIO HERRERA: MAURICIOTE. Natural del Caserío Jácome. Payador llanero de inicios de siglo, cuyo recuerdo vaga entre nosotros. Trabajó como peón en el fundo agropecuario Fajardo, propiedad de la familia Zamora y pasó a la historia regional por sus versos libres o blancos y coplas sin rima que parecen disparates, como las que exponemos a continuación, las cuales  fueron recogidas por Raúl Campos en 1920.


India por qué no eres blanca              Ayer pasé por tu casa
como la flor del caujaro,                    con una iguana en el hombro,
si sabes que por ti suspira                   y no pudiste decirme
el negro Mauricio Herrera.                 que carne tan güena llevas.

Ayer pasé por tu casa                         Si jueres a la sabana
y me azuzaste los perros,                     y jallas un güeso rullío,
mañana güelvo a pasá                          no lo mires con desprecio
pa’ ve si me muerden.                          que en un tiempo tuvo carne.


Arriba de aquella loma                       Ayer pasé por tu casa
puse mi sombrero e’ palma                 con un piazo e’ papelón
y relincha que relincha                         y no pudiste decirme
y las bestias no aparecen.                    ven pa’ jacete un guarapo.

 MARIA OROPEZA: LA GUERRILLERA.  Mujer diminuta, de andar rápido y vestimenta característica: jean, camisa a cuadros, correa de cuero y botines;  cuyo tema era entrar a los distintos bancos de la localidad a reclamar altas sumas de dinero que decía tener allí depositadas.

JUAN HERNANDEZ: CARICARE.  Compañero de parranda de Encarnación Rivero, el hombre de la burriquita. Solía disfrazarse de toro en las fiestas populares. Su mugir, en medio de las calles, era motivo de sustos y  carreras para los más pequeños.

 JOSE RAMON RUIZ . Nació en Santa María de Ipire en 1921. Se radicó en Valle  de la Pascua, donde se ha desenvuelto como operador de maquinarias pesadas, fotógrafo y publicista, especialmente en el ramo del perifoneo, dejando escuchar su voz por todas las calles de la ciudad a través de varias unidades rodantes acondicionadas para tal fin. Hablar de publicidad ambulante  anunciando, por ejemplo: turnos farmacéuticos, alguna defunción, misas, así como otros eventos de interés para el colectivo, es hablar de José Ramón Ruiz

LAS GONZALITO. Eran cuatro hermanas: Rosalía, Ernestina, Carmen Constanza y Josefa del Carmen González Zapata. Hijas de Don José Rafael González Mayz, quien se desempeñó como Jefe Civil del Municipio. Ninguna de ellas contrajo matrimonio y dedicaron su vida a la catequización,  la educación y obras sociales, lo que les mereció el cariño y respeto de la gente del pueblo y caseríos circunvecinos.      Las dos hermanas menores: Carmen Constanza, llamada cariñosamente  “Tatá” y Josefa del Carmen,  “Chichí”, sobrevivieron hasta los años de los sesenta y setenta, respectivamente, y estuvieron al frente de una escuelita en su casa de habitación, en la calle Retumbo donde enseñaban a leer y escribir con el famoso libro MANTILLA.


RAMON ANTONIO ALVAREZ: EL NEGRO MACHETE. Personaje muy popular en Valle de la Pascua, donde nació un día lluvioso y frío de agosto de 1926, en el sector Laguna Nueva. Llamaba la atención por lo estrafalario de su vestimenta, las medallas con cinta tricolor que colgaban de su cuello y los comerciales grabados en su chaqueta, además de uno que otro carnet de medios de comunicación social de la zona.
           
            Se desenvolvió en diversos campos, pero los más conocidos fueron la fotografía y el entrenamiento de la disciplina del boxeo, actividad deportiva que le dio grandes satisfacciones, al coronarse campeones, muchos de los boxeadores entrenados por él. Con gran rapidez recitaba los países visitados por Agustín Zamora, uno de sus pupilos, así como el round inicial de la pelea de este con José Aguilar en Cuba. Se desempeñó como entrenador ad honorem del Instituto Regional de Deportes (IRDEG). Murió en Valle de la Pascua el 15 de Julio de 2003.

RODOLFO BOLIVAR. JOPO. Este coterráneo estará siempre presente en el recuerdo de quienes lo conocimos por su peculiares características, tales como la manera de vestir: pantalón ancho a media pierna con tirantes y camisa por fuera, la cual masticaba constantemente, y por la costumbre de llamar  “ñero” a todos sus semejantes. Su manía era pasear en carro, de ahí que pasaba el día pidiendo cola y yendo de un lugar a otro. Por cierto, que cuando inició operaciones el primer autobús que recorría la ruta urbana de la ciudad, el único pasajero que tenía fijo era, precisamente,  Jopo, razón por la cual la empresa fracasó.

            Habitó en la calle El Descanso donde, con su media lengua, informaba a los vecinos los acontecimientos del día.  A su muerte el poeta Vallepascuense, Víctor Vera Morales, le dedicó unos versos que publicó en su poemario: Parate pa’ que pelees,  los que dejamos leer como un recuerdo para este personaje muy querido en la colectividad.

Ayer se murió Jopo
de mi pueblo se fue la tradición
y como siempre acongojado y triste
siento latir mi corazón

Ayer se murió jopo
de mi pueblo se fue la tradición
y en el Camarín, mi madre
cierra su portón
y Magdalena de Rodríguez
le da lágrimas a la flor
y Mercedes de Montilla
está haciendo como el tejedor
                                  
                                                           Ayer...

 EMILIO GARCIA: PATARUCO. EL MANGORE CRIOLLO. Individuo muy simpático cuya ocupación era la talabartería,  labor que compartía con la guitarra, instrumento que ejecutaba muy bien, y con la que se acompañaba en las serenatas que, con frecuencia, ofrecía a las muchachas del pueblo. Era uno de los cantantes de la  Publicidad Guárico. Murió ahogado en el Orinoco, en el Puerto de Cabruta.

RAFAEL CORREA CASTRO: EL LLANERO INQUIETO. Nativo del caserío Santo Domingo Requenero, porción de tierra perteneciente, para la época de su nacimiento, al Municipio Espino. Hombre formado en la dura brega del campo, acostumbrado a esas tareas desde el alba de sus primeros días donde, tal vez,  la propia sabana  inspiró su vena para cantarle a la llanura.

            Correa Castro es muy querido en su pueblo. Tiene una especial manera de cantar, que acompaña con peculiares  movimientos que, inquietamente, hace cuando está en uso del micrófono, tal como subirse el pantalón con ambos antebrazos y algunos gestos de la cara que muchas veces arrancan sonrisas al público. Su manera de actuar me motivó a bautizarlo con el nombre artístico de “El Inquieto Guariqueño”. Así mismo, tiene Correa Castro un singular modo de saludar. Al preguntársele: -¿Cómo estás, Correa?, responde: Gracias, muchas gracias; y si la pregunta tiene que ver con su itinerario, dice: Por aquí, llanura mía. Es un seguidor de la canción y del estilo de Ángel Custodio Loyola,  destacado exponente de la música criolla, forma de cantar que adoptó y plasmó en un CD que tituló: El engreído de la rompía.

JOSE RAFAEL NAVAS: EL NEGRO NAVAS. Este venezolano es muy popular en nuestra zona. Nativo de Ciudad Bolívar donde nació en el barrio “Perro Seco”.  Hizo de Valle de la Pascua su patria chica, donde alternó su oficio de albañil con el canto recio y el contrapunteo. Fue premiado, después de varias participaciones, como el cantante más popular en el Festival “Panoja de Oro”. Grabó un CD, con letras de su autoría,  cuyo titulo es Soy el propio Negro Navas.

BENIGNO ARAY GONZALEZ nació en Zaraza en 1916. Muy pequeño se trasladó a vivir a Valle de la
Pascua y, en la calle 19 de Abril cruce con Leonardo Infante, estableció un negocio de venta de víveres donde vendía, también, chicharrones y tere tere, producto de los cochinos que él mataba.
           
Era un hombre muy chistoso. Se cuenta que en una oportunidad, viajó a los EE.UU junto con Elio Velásquez y Donato Santaella. Al llegar al aeropuerto, donde se bajó con un paño en el cuello, se le acercó un joven y le dijo: Do you speak spanish?, a lo que Benigno respondió rápidamente: -si me pica el paño, le pico el mondongo. Murió el 23 de Abril de 1979.

            Estos son algunos de los personajes que le han dado calor y color a mi pueblo. Otros surgirán en el transcurrir de los días y habrá, por supuesto, otra crónica que recoja su andar, hacer y vivir.